El 11 de noviembre de 1620, hace 400 años, los 102 pasajeros del Mayflower llegaron a Massachusetts. En los siguientes doce meses, en medio de duras penurias, similares a las de todos los inmigrantes de todos los tiempos, pudieron celebrar su asentamiento en el Nuevo Mundo. Desde entonces, el “Día de Acción de Gracias” de los puritanos, que no estaban de acuerdo con la fe anglicana, se ha convertido en un rito anual de unión familiar y nacional. La gran mayoría de los norteamericanos lo ve como la oportunidad de comerpavo con puré y pastel de calabaza con sus padres, parientes y amigos.
Este año, bajo la doble amenaza del Covid-19 y el incendiario rechazo de Donald Trump a conceder su derrota, el festejo estuvo rodeado de incertidumbre. Al final, aunque casi la mitad de los votantes favoreció a Trump, la decisiva mayoría que prefirió a Joe BIden pudo celebrar sin crispaciones. Pese a la obstinación del saliente presidente, ya empezó el postergado proceso oficial de transición.
El lunes 23, Emily Murphy, la encargada de la Administración de Servicios Generales, envió a Biden el documento oficial en que le anunciaba que recibirá oportunamente el financiamiento previsto para la transmisión del mando. El propio Trump aclaró vía twitter, como es su poco formal costumbre, que había autorizado el trámite. (Todo ello, claro, no significa que haya renunciado a su derecho a pataleo, ya que sigue aleonando a sus partidarios).
Biden, en cambio, asumió serenamente su responsabilidad. Llamó a poner fin a la temporada de divisiones. En Estados Unidos, subrayó, tenemos elecciones íntegras, justas y libres, y luego respetamos los resultados… La gente de esta nación y las leyes del país no aceptarán otra cosa.
La celebración, sobre todo por el temor a la pandemia, tuvo un tono más sobrio que lo habitual. No se suspendió el tradicional desfile de la tienda Macy's en Nueva York. Pero, a diferencia de lo ocurrido a lo largo de casi un siglo de historia, fue mucho menos espectacular. Se acortó a poco más de una cuadra, pero como siempre se desplegaron los personajes favoritos de los niños, convertidos en globos gigantes.
Lo más importante, sin embargo, es la designación de los primeros miembros del gobierno de Biden. La tarea podría considerarse fácil ya que lo principal es borrar una administración marcada con el sello extremista: “América primero” y el rechazo de los movimientos feministas, antirracistas y de igualdad de género. Pero también es un empeño lleno de dificultades en un escenario marcado por los estragos de la pandemia, la negación permanente de la crisis ambiental y la nula capacidad de captar la realidad del mundo globalizado e intercomunicado.
En los próximos años, Estados Unidos seguirá inevitablemente siendo la gran potencia que no ha tenido cambios sustanciales desde los antiguos tiempos de la Doctrina Monroe o los más recientes de la Guerra Fría.
Popular en grandes sectores, el sentimiento conservador, que desconfía de los migrantes -pese al magnífico simbolismo de los peregrinos del Mayflower- seguirá siendo muy fuerte.
Pero, la gran esperanza es que el nuevo gobierno demuestre que tiene una mirada más humanista, menos dura, menos beligerante. Es lo que representan la Vicepresidenta Kamala Harris; el nuevo secretario de Estado, Antony Blinken, y la Secretaria del Tesoro, Janet Yellen.
Abraham Santibáñez