Señor director:
Entendemos la importancia de velar por la transparencia y la probidad en la gestión de los recursos públicos, especialmente tras los casos de irregularidades conocidos como “caso convenios”. No obstante, lamentamos profundamente que en este esfuerzo por regular los procesos, se estén tomando decisiones que perjudican directamente a los niños y niñas más vulnerables.
Tal es el caso del cese de recursos destinados a alimentos, anteriormente otorgados a instituciones colaboradoras a través de la Junta Nacional de Auxilio Escolar y Becas (JUNAEB), dejando sin solución y en riesgo la continuidad del financiamiento de los alimentos al interior de las residencias.
Creemos en el correcto uso de los recursos y por ello, el fin de las asignaciones directas es una medida que celebramos en beneficio de la probidad. Sin embargo, es preocupante que no se desarrolle el concurso anunciado como nuevo mecanismo para entregar recursos desde JUNAEB, pues es negar un derecho a alimentos que es propio de las niñas y niños, declarando incierto el futuro respecto de este aporte, en un contexto donde además, la infancia no ha sido protagonista de la discusión presupuestaria de cara a 2025.
Liliana Cortés, Hogar de Cristo
Ignacio Concha González, María Ayuda
José Manuel Ready, Protectora de la Infancia
Estimado Director:
Permítame, con la osadía de quien ha visto de cerca los campos infinitos del sur y ahora navega las accidentadas corrientes viales de Talca, compartir una reflexión que mezcla perplejidad, humor y una pizca de tristeza.
Llevo algunos años residiendo en esta ilustre ciudad, y en ese tiempo, mi bicicleta, esa noble compañera de dos ruedas, se ha convertido en un valiente gladiador enfrentando el caos vial. Talca, con todo respeto, podría ser bautizada como la “Ciudad Sin Ciclovías (o al menos sin ciclovías útiles)”, porque las pocas que existen no son más que caminos polvorientos de obstáculos: tercera pista de vehículos, zona de carga y descarga, y, ocasionalmente, un museo al aire libre de escombros y autos estacionados.
No hace mucho, mi bicicleta y yo terminamos en una escaramuza inesperada al ingreso de un mall, cortesía de un conductor que, al parecer, pensaba que las señales de tránsito son meras sugerencias y que un ciclista es un mito urbano. El resultado: un accidente que me dejó magulladuras físicas y existenciales. Pero, ¿quién podría culpar al conductor? ¿Acaso no somos todos víctimas de esta anarquía vehicular que gobierna nuestras calles?
Lo irónico es que, en una ciudad que se jacta de su desarrollo y crecimiento, la bicicleta, símbolo universal de modernidad y sostenibilidad, es tratada como un intruso. Desde hace tres años, no hay un solo día en que salga en mi mountainbike o e-cycle sin que mi garganta entone un coro de “¡Cuidado!”, “¡Es una ciclovía, no un estacionamiento!”, o el más popular: “¿Acaso no ve que estoy aquí?”. Tal parece que los ciclistas en Talca somos los bufones de este circo vial, destinados a esquivar autos y egos al volante.
Pero el problema va más allá de choferes distraídos y ciclovías invisibles. Es una cuestión cultural. Sin una verdadera educación vial, sin un esfuerzo concertado para desarrollar infraestructura y sin el respeto básico entre conductores y ciclistas, seguiremos pedaleando hacia el abismo.
Entonces, señor Director, ¿qué hacemos? ¿Proponemos clases de civismo para todos? ¿Organizamos recorridos por las calles con una lupa para encontrar ciclovías funcionales? ¿O simplemente aceptamos nuestra suerte como un triste episodio de comedia trágica?
A pesar de todo, mi bicicleta y yo seguiremos resistiendo, porque creo, ingenuamente quizás, que Talca puede cambiar. Eso sí, la próxima vez que un conductor me cierre el paso, tal vez le invite, con una sonrisa irónica, a compartir mi montainbike. Quizás así entienda lo que significa pedalear por esta jungla.
Atentamente,
Un ciclista resignado pero no vencido.