El pasado domingo tuvieron lugar las elecciones presidenciales en Perú y Ecuador. En este último país fue la segunda vuelta ganada por el candidato de derecha, Lasso, exbanquero, en su tercera incursión presidencial. En Perú se trató de la primera vuelta, sin que ninguno de los candidatos obtuviera la mayoría absoluta, razón por la cual habrá una segunda vuelta entre las dos primeras mayorías.
En Ecuador, de alguna manera se preveía el triunfo de Lasso a pesar de que en la primera vuelta, el candidato representante del correísmo, Araúz, lo aventajó con creces. A duras penas, y a última hora, Lasso entró a la segunda vuelta, la que tuvo que disputar voto a voto con el candidato del movimiento indigenista, Yaku Pérez, quien dio la gran sorpresa.
El desafío de Lasso era entrar a la segunda vuelta. El correismo no ha logrado escapar al personalismo de su progenitor, lo que ha impedido su institucionalización y constituirse en un proyecto político confiable. Si bien se le suele adscribir a la izquierda, la verdad que ésta no lo reconoce como tal, lo que quedó demostrado en la segunda vuelta.
Lasso no la tendrá fácil, de partida no creo que le ayude su condición de exbanquero y su recetario neoliberal, tampoco le ayuda para nada las condiciones en que recibe el país. En todo caso esto último no le servirá para no cumplir las promesas efectuadas en campaña.
En Perú, se tenía una gran cantidad de candidatos en carrera, siendo una incógnita quiénes lograrían pasar a la segunda vuelta. Cualquier resultado habría sido una sorpresa y de hecho, lo fue. La primera mayoría recayó en un candidato de la izquierda radical, Pedro Castillo, profesor primario rural y líder sindical., con casi un 20% del total de votos. Su frase favorita es “¡Nunca más un pobre en un país rico!”.
La segunda mayoría la obtuvo Keiko Fujimori en su tercera incursión presidencial con tan solo poco menos del 15% de los votos, la menor proporción de todas sus anteriores postulaciones. Si me forzaran a vaticinar qué ocurrirá en la segunda vuelta, me atrevería a apostar, aún a riesgo de perder la apuesta, que gana Keiko.
Para la derecha, en general la clave es pasar a la segunda vuelta. Lográndolo, las posibilidades de ganarla se elevan considerablemente aun cuando a ella entre con menor votación que su contrincante. ¿La razón? Es más fácil reunir los votos de la derecha, que los de la izquierda. ¿Por qué?
Para estos efectos citaré al Pepe Mujica, expresidente uruguayo, quien sostuvo que “Las izquierdas se dividen por ideas. Las derechas se juntan por intereses”. Esto se vio en la última elección presidencial chilena y lo seguiremos viendo no solo en Chile, en Latinoamérica, sino que en el mundo.
En síntesis, la derecha se las arregla, por las buenas, o las malas, para salir con las suyas. Una realidad indesmentible. Para ello basta con ver lo que ocurre en Chile. La izquierda tiende a ser reacia a acercamientos al centro por temor a desnaturalizarse. Temores que tienen sus fundamentos, pero que alejan y dificultan sus posibilidades de acceder al poder político. Cuando ha logrado superar esos temores, ha triunfado sin mayores dificultades, pero quedando con sabor a poco luego de gobernar. Pone el acento en lo no alcanzado, en desmedro de los avances logrados, como ha sido el caso de la extinta Concertación en Chile.