Finalmente, el gran día llegó cargado de esperanza para una gran mayoría de chilenos que ven en la Convención la posibilidad real de pavimentar, institucionalmente, el sentir que tantos y tantas reclamaron en las calles.
El desafío es difícil pero motivante puesto que nos da una oportunidad para lograr un reencuentro, permitiéndonos conversar, discutir y evolucionar desde un individualismo exacerbado a una mirada más contributiva en lo social.
Pero para esto es esencial no invalidar los debates, tampoco caricaturizarlos ni menos ofender de antemano cualquier idea, discusión o cambio que se proponga. Es fundamental buscar acuerdos para un nuevo modelo social sin condiciones ajenas a la responsabilidad depositada en nuestros constituyentes.
Es en virtud de este respeto a una misión tan titánica y sensible para nuestro Chile que los constituyentes deben estar a la altura de tal desafío y terminar con las lógicas descalificatorias tan propias de un debate político de baja monta. En particular me refiero a las expresiones publicadas esta semana en sus redes sociales por la constituyente de extrema derecha Teresa Marinovic, quien groseramente descalifica la propuesta de aumentar el presupuesto asignado para la “participación ciudadana” en la Convención Constitucional. Se equivoca no solo en la forma, sino también en el fondo, ya que no ha comprendido que uno de los aspectos más relevantes de lo que viene, sino el que más, es canalizar formalmente el interés ciudadano generando distintas vías que aseguren su participación y que no sea la protesta callejera el único canal de interlocución.
Incluso han sido representantes de la derecha política quienes han reclamado contra expresiones como “rodear la convención” que hemos escuchado también esta semana. Pues bien, la mejor forma de evitar esta presión en las calles es precisamente crear canales de participación ciudadana. Sería un despropósito pretender que los constituyentes se encierren en el Palacio Pereira de espalda al pueblo que los eligió.
Para esto, se requiere presupuesto con el fin de crear los insumos para la metodología y sistematización de los mecanismos de escucha ciudadana, abriendo todos los espacios posibles. Ni siquiera en esta columna pretendo defender o criticar el monto asignado, pero restarse a la discusión descalificando a priori el debate de esta propuesta no hace más que confirmar la miopía de sectores del rechazo, representados entre otros por Marinovic, quienes no logran comprender la magnitud e importancia del sentir ciudadano plasmado en las movilizaciones sociales y que, de cara a un hecho de tanta trascendencia histórica como el actual, se traduce en algo tan propio de una democracia sana, esto es, ser partes activas en la construcción de nuestro futuro Chile. Mientras más participación exista, más certeza tendremos que la futura Constitución sea el resultado representativo de nuestra identidad nacional.
En el mismo sentido, somos muchos quienes aspiramos que dentro de esta Convención exista sensibilidad y cuidado en el trato de nuestros pueblos originarios para crear las bases al respeto plurinacional dentro de un solo Chile, terminando por fin un conflicto ignorado desde nuestros orígenes. En este orden de ideas no ayuda en nada la negativa del gobierno al requerimiento de la Machi Linconao para ir acompañada el día de la instalación con su Dungunmachife y su Ñanngkan, colaboradores directos en todas las ceremonias, en su calidad de autoridad ancestral. No es un privilegio como algunos lo han dicho, sino un derecho y exigencia cultural respetada al amparo de tratados internacionales que Chile ha suscrito, como el 169 de la Organización Internacional del Trabajo o la Declaración de la Organización de las Naciones Unidas sobre Derechos de Pueblos Indígenas.
Por lo demás, el Acuerdo del 15 de noviembre de 2019 que cimentó las bases de esta Convención, dispuso expresamente el respeto a los tratados internacionales, razón más para concluir lo incomprensible que resulta el rechazo gubernamental y la imperiosa necesidad de comprender que la relación con nuestros pueblos originarios no puede ser bajo la óptica sesgada de lo que los criollos entendemos como sociedad.
En fin, protejamos nuestra Convención sin exclusiones ni vetos previos, dentro de la cual la empatía y la tolerancia tengan un lugar preponderante en la conducción de los cambios constructivos y sin las ataduras del pasado, para así abrir paso a la evolución natural que en toda comunidad debe existir a las puertas del desarrollo, pero uno no solo en lo económico sino de la mano de un crecimiento social e integrador y bajo el amparo de una Constitución que realmente nos represente como una sociedad digna e incluyente.