Algo está sucediendo en el mundo, que es diferente a todas las acciones “societales” en nuestra historia universal y, que es digna de tomarse en cuenta: los seres humanos están tomando conciencia de su importancia y de su preponderancia con respecto del tipo de Estado y formas de gobierno, independientemente de su ubicación geográfica, tipo de sociedad y cultura y se alzan exigiendo ser reconocidos cómo personas libres con razonamientos y voluntades propias.
La reflexión sobre el modelo económico y político que se vive en occidente requiere del elemento común para todos ellos, que no es otro que ser considerados miembros de una sociedad que les permita la plena participación en las instancias de decisión en igualdad de condiciones.
Todos los días y por todos los medios escuchamos hablar de una sociedad profundamente democrática y participativa en nuestro país -¿Qué es la democracia sino participación?- La realidad nos muestra que ni siquiera a nivel de sufragios se alcanza un piso mínimo aceptable desde la perspectiva de la cooperación y el compromiso social –¿qué otra cosa puede ser la participación sino contribución a la vida cultural, económica y política del país?-. Si efectivamente nuestra sociedad se caracteriza por la participación ¿sería explicable que los representantes del Estado excluyan a representantes sociales de la discusión de planes y proyectos públicos que le atañen?
Creo que la siguiente pregunta no debiera hacerla, pero la hago pues me es totalmente ajeno aceptar esa leprosa división planteada por los partidos políticos (llámese élite política) y la ciudadanía en una misma geografía. Esto, porque mi corteza craneana tiene dos hemisferios; cada uno con sus propias funciones, independientes una de otra, pero son parte de un mismo espacio.
Entonces, ¿qué es la Participación Ciudadana? La Participación Ciudadana persigue que los habitantes del país sean más sujetos sociales, con más capacidad para transformar el medio en que viven y de control sobre sus órganos políticos, económicos y administrativos y, que esa participación se plantee en la medida en que existe un Poder -Estado, Administración Pública- y, lo que yo denominaría cómo un No Poder –ciudadanos o ciudadanía-, que quiere participar, vale decir “tomar parte” o ejercer algún aspecto de ese poder.
En definitiva, ocupar gradualmente más espacio de poder, tratando de equiparar la relación asimétrica establecida desde el Estado –ya sea mediante la información, la participación en la gestión, otros-.
Participar es formar parte de algo en el que intervienen diferentes partes, eso es “ser partícipe de Si” (administración/administrados,..……), la relación dependerá del poder que tenga cada parte. Si el poder de unos es total y el de los otros casi nulo, la participación efectiva será muy difícil de alcanzar, por sobre manera cuando algo se otorga graciosamente y a manera de dádiva por los que ostentan el poder, como es el caso de la Convención Constituyente, con una clase política abocada y “desbocada” en la competencia versus una ciudadanía que busca “debatir y resolver aspectos sustantivos de sus demandas”, tratando de ser parte, con la gran desventaja de ser independientes.
El peligro está en el desmedido “apetito” electoral que imponen los partidos políticos en el proceso constituyente, que sólo agudizará la crisis de representación en la que estamos inmersos.
La competencia por la constituyente se está convirtiendo en un cuasi anacronismo, (que no va con la época), de generar espacios de acuerdo social sobre temas esenciales para la Nación.
Para los independientes o ciudadanía la Convención se ha transformado en un incordio.
Ahora bien, para que la participación sea sostenible se deben cumplir tres requisitos: poder, saber y querer.
Poder: Crear cauces que la permitan, normas, mecanismos, estructuras, organización. Es el primer paso imprescindible para poner en marcha cualquier proceso de fomento de la participación.
Saber: Capacidad, conocer cómo, habilidades, destrezas, que exigen aprendizaje, saber técnicas.
Querer: Incentivar la participación, mostrar que participar es algo satisfactorio, creativo. Explicar las razones, los motivos para participar y crear motivación, interés, deseo.
Es un hecho que los partidos políticos actuales, se encuentran en una evidente crisis, no sólo desde el punto de vista de las insuficiencias o carencias de ideologías, proyectos, programas, sino también, en lo que respecta a su naturaleza orgánica, relaciones con la sociedad civil e identificación de sus actuales funciones y de las formas como llevarlas a cabo.
Para evitar, de hecho, que los partidos devengan en un mero instrumento para conquistar poder, cercenar la degeneración y perversión ética de los partidos, el vacío ideológico que tiende a ser llenado por un pragmatismo coyuntural, la simple aspiración a conquistar mayor poder, por el poder mismo, hay que realizar un esfuerzo consciente por minimizar su función latente de mecanismo de ascenso social en la sociedad civil, en el aparato del Estado, en el propio partido, en perjuicio de su función manifiesta y esencial de promoción de un proyecto de interés colectivo.
Pobre aquel que es militante y miembro de una organización social a la misma vez –que son los que yo denomino dirigentes péndulos-, que oscilan constantemente entre la lealtad al partido y a la organización social, sin poder dar tregua y paz a su consciencia, causada generalmente por la intransigencia partidaria que no respeta su autonomía.
Todo lo anterior me conduce a pensar en una frase de George Washington que dijo el 14- XII-1732: “Ningún hombre es demasiado bueno para gobernar a otro sin su consentimiento”
Mario Toro Vicencio
Escritor y Poeta