Hay discusiones apasionadas entre padres, profesores y/o profesionales, sobre si es recomendable comprarles o no consolas y juegos electrónicos a los niños, o desde qué edad se les debiera permitir el acceso. La respuesta no es simple, primero porque estamos insertos en una era donde la tecnología está presente en casi todas actividades cotidianas, y segundo, porque como revelan diferentes estudios, durante la pandemia aumentó la exposición a las pantallas.
Estamos de acuerdo que su sobreexposición puede afectar diferentes ámbitos del desarrollo, lo que genera preocupación por las repercusiones negativas que estas pueden tener. Pero cuando se intensifican, ya sea por la frecuencia invertida o la interferencia en las relaciones familiares, sociales y/o escolares, puede convertirse en un trastorno que lleva al individuo a presentar conductas adictivas y poco adaptativas. Los niños se vuelven más agresivos, disruptivos, presentan escaso interés por relacionarse con su entorno, suelen saltarse las horas de comida o suplirlas por colaciones poco nutritivas, se alteran sus ciclos de sueño-vigilia y existe mayor tendencia a la obesidad asociada al sedentarismo.
Nos preguntamos por qué a los niños les gustan tanto de los videojuegos. Posiblemente, porque es un refugio que les permite sentirse parte de una tribu, reafirmar sus competencias y autoestima, tomar sus propias decisiones, proponerse y alcanzar metas, o simplemente debido a que es un hito que marca la transición entre dejar de ser niños y transitar hacia la adolescencia.
No existen recetas mágicas para lograr que les dediquen menos tiempo a los videojuegos. Lo importante es que los padres conversen con ellos, pueden comenzar conociendo su juego favorito, la temática, con quiénes conversan en línea, sugerir juegos más educativos, negociar la hora de jugar o indicar algunas reglas. Frecuentemente, los padres se quejan porque sus hijos están pegados a las pantallas, pero es más proactivo preguntase qué estoy haciendo yo para generar actividades atractivas con ellos. Si se recurre al castigo o prohibición, estos serán efectivos solo en el corto plazo, pero el problema persistirá y lo único que se conseguirá es mermar la relación, generando sentimientos de minusvalía, porque no son respetados ni reconocidos en sus propios intereses.
El juego es un derecho, por lo que debemos repensar su concepto y aceptar que las nuevas generaciones son nativos digitales y requieren el uso de tecnología en el día a día. Es mejor enseñar que todo tiene su tiempo, y los videojuegos, no son la excepción.
Paula Fuentes
Directora Carrera Pedagogía en Educación Básica
Universidad de Las Américas Sede Concepción