“La Constitución impuesta” alegaba el partido conservador en su campaña del rechazo a la constitución de 1925, agregando que, de cambiarse la constitución, “entraríamos por el camino de los caudillos tropicales. Casi no hay revolución en esta tembladera política sudamericana que no levante como enseña y como tapujo de personales ambiciones, una Constitución. Cada soldadote de largas botas y sable rastrero, lleva en las alforjas un proyecto de Constitución” (Publicación en El Diario Ilustrado de fecha 5 de abril de 1925, página p. 7).
Hay cosas que no cambian, pero el partido conservador, derecha de hoy, mantienen el mismo tenor de campaña del rechazo al actual proceso constitucional. Frases hechas como “Constitución impuesta” son reemplazadas por “Constitución indigenista”, o “camino de los caudillos tropicales” por la comparación con Venezuela (“Chilezuela”) u otros tantos vecinos latinoamericanos arrogantemente menospreciados.
Lo cierto es que el día 30 de agosto de 1925 fue aprobada la Constitución mediante un plebiscito convocado al efecto. Con una tasa alta de abstención (54,63 % de los votantes) y una férrea oposición de los conservadores y disidentes liberales, el porcentaje de aprobación fue de un 43,03% de los votos. Es decir, gran abstención y exiguo porcentaje de apruebo, sin embargo, la Constitución de 1925 duró 55 años, e incluso pudiese haber perdurado más de no ser por el fraudulento plebiscito validado en 1980 por la dictadura pinochetista.
Otro caso paradigmático es la Constitución de Estados Unidos, muy resistida y criticada en sus inicios por los antifederalistas, sin embargo, hoy, es casi elevada a culto sagrado por los propios estadounidenses. Ni hablar de la constitución de Japón, impuesta por el Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas, el general Douglas MacArthur, quien encargó a sus propios subordinados estadounidenses que redactaran una nueva constitución, la cual lleva más de 70 años sin ser modificada; no obstante, a pesar de su cuestionada legitimidad de origen, el tiempo la ha validado sintiéndola propia por los ciudadanos japoneses quienes no la han reemplazado.
Por eso sorprende este “pseudo requisito” que se quiere imponer al plebiscito de salida del actual proceso constituyente exigiendo por algunos un amplio porcentaje de aprobación para que la nueva constitución sea validada como “una casa de todos”. Falso, lo importante no es el mayor o menor porcentaje de apruebo, si es que esta opción fuese finalmente la vencedora, sino el hecho que tal aprobación sea el resultado de un genuino camino democrático votado por la mayoría de los chilenos, cualquiera sea su porcentaje. Las constituciones, por lo general, son la respuesta civilizada a una crisis social, y como toda crisis hay polarizaciones, suspicacias, desconfianzas y dudas que solo el tiempo las despejará una vez que la nueva constitución se vaya asentando y genere los consensos que solo su aplicación práctica dará para ser aceptada plenamente.
En este caminar es muy probable que la nueva constitución sea modificada, sin ir más lejos la Constitución de 1925 lo fue en siete oportunidades, y la misma constitución de Estados Unidos, ya que me referí a ella, así como tantas otras, han sido objeto de reiteradas enmiendas para su mejor aplicación y conexión con el sentir ciudadano.
En las últimas semanas se ha escuchado también a quienes no cesan en promover una “tercera vía” consistente en “rechazar para modificar”, la cual parece más “un lobo con piel de oveja”. Esta imaginativa opción, inexistente en la papeleta del plebiscito de salida, no es más que volver a la crisis que queremos dejar atrás haciéndonos caer en la telaraña de la moribunda constitución de 1980 que impone cerrojos para cualquier cambio. ¿O acaso alguien inocentemente cree que este bloqueo será abierto sin pagar un costo de mantención del estatus quo que nos llevó al estallido social? Todos sabemos además que la incertidumbre de cualquier proceso constitucional genera inevitables costos económicos en falta de inversión, por ejemplo, ¿queremos perpetuar entonces este proceso constitucional abriendo otro posterior y en plena crisis económica mundial?
Es preferible incluso para quienes legítimamente se encuentran escépticos del actual proceso en marcha, aprobar la futura constitución y promover los cambios que la realidad de su aplicación nos devele. No solo por la oportunidad que se merece la futura constitución frente al certero fracaso de la actual, sino porque los quórums que se proponen por la convención para aprobar cualquier modificación aseguran una razonable mayoría sin cerrojos: 4/7 del congreso frente al bloqueo de los 2/3 de la actual constitución.
En fin, las ruidosas voces del rechazo en este avance constitucional, son las mismas que en la historia de Chile y del mundo encontramos cada vez que se quiere dar una respuesta de cambios ante crisis institucionales profundas, no hay “nada nuevo bajo el sol” en esto, lo importante es no desfallecer en la convicción inicial que nos hizo consensuar mayoritariamente que el Chile de antes de octubre de 2019 fue una etapa histórica terminada, para abrir así espacio a la oportunidad … tal vez la única gran oportunidad.
José Ignacio Cárdenas Gebauer
Abogado autor del libro “El Jaguar Ahogándose en el Oasis”
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