A veces hablar del sentido común puede ser aburrido porque se supone que todos pensamos lo que es obvio. Pero esta semana hemos constatado que no es tan común como parece.
Es difícil comprender o racionalizar cuáles son los argumentos en contra del matrimonio igualitario que simplemente escuchar la afirmación de cualquier interpelado conservador “yo creo en el matrimonio entre una mujer y un hombre, pero porqué … simplemente por mis propias convicciones”. Pero tal explicación resulta aún menos comprensible cuando esta convicción descansa en no permitir a quienes no pregonan esta fe vivir como ellos quieren y sueñan.
La generosidad y el respeto también son valores religiosos incluso más potentes que la preocupación del matrimonio heterosexual y es esta respetuosa generosidad la que exige la libertad de tolerancia para que cada uno contraiga matrimonio según su forma de vivir o sentir la vida, es decir, con completa libertad y sin imponer la verdad de uno sobre otros.
Más aún, si nos remontamos a la historia, fue el cristianismo el que impuso en el mundo occidental esta suerte de dogma entre un hombre y una mujer, cuando antes la vida era vista de otro modo. El mundo romano por ejemplo, los primeros doce emperadores, salvo Claudio, mantuvieron relaciones entre el mismo sexo, algunos con matrimonios privados, como era la costumbre, u otros como Nerón quien contrajo matrimonio con Esporo en una ceremonia pública. Ni hablar de la Grecia Antigua donde no se concebía la orientación sexual como identificador social, claro ejemplo de ello fue el propio Alejandro Magno, quien mantuvo una relación permanente y pública con su fiel compañero Hefestión.
Como algunos han dicho esta semana, parece “cavernario” estar preocupado de cómo algunos, firmes defensores de la libertad económica, son también recios detractores de la libertad matrimonial, en circunstancias que en los tiempos de hoy, que estamos a las puertas de discutir nuestra futura Constitución, uno de los diálogos a tratar será la familia, pero bajo una mirada abierta donde lo que importa es esta institución como fuente primaria de amor y cariño sin distinguir, limitar ni definir su composición.
En un Chile que existen miles de niños huérfanos encerrados en el Sename y ávidos por recibir una gota de amor, ¿importa acaso cómo se compone una familia si ésta cumple con la necesidad básica de cualquier humano: dar amor y sentirse amado? Somos muchos los que creemos que para crecer en la vida necesitamos un piso fuerte que lo da la familia, cualquiera esta sea.
Es por eso por lo que esta reflexión debiera ser simple sentido común, sin embargo, fue puesta esta semana en la discusión pública por quien justamente ha estado muy lejos del común de los sentidos tanto en el estallido social como en la pandemia. Lo que nos lleva a la suspicacia que más que el sentido común lo que ha primado aquí es la autorreferencia y la egoísta trascendencia.
Piñera ha debido guardar su programa de gobierno ante la fuerza de los cambios, y no ha tenido la empatía que se requiere de un presidente para comprender la magnitud de la crisis económica y sanitaria. Ante esto y su terror a la falta de trascendencia histórica, en un individualismo propio de su personalidad, pasó por alto no solo sus propias convicciones sino el poco apoyo que le quedaba en su sector político, imponiendo la suma urgencia al matrimonio unitario. La razón: quedar en los libros de historia futura como el presidente que promulgó el matrimonio igualitario en Chile … es curioso como la soberbia y el egocentrismo pueden, bajo ciertas circunstancias, generar un efecto positivo.
Pero como las sorpresas no llegan solas, y aun cuando era previsible la molestia del mundo conservador, nadie imaginó una “pataleta” como la de la UDI que pasaron desde insensibles protectores del erario nacional a una caridad despilfarradora con su proyecto para extender el IFE de emergencia hasta diciembre … una rabieta adolescente en molestia con su gobierno … francamente ridículo.
En fin, más allá de los vericuetos políticos que llevaron a esta decisión, lo cierto es que nuestro Chile ha cambiado, y para bien, donde realidades como el matrimonio igualitario ya casi nadie las discute, forman parte del sentido común, lo que nos da aún más razones para llenarnos de esperanza hacia el Chile que viene … un Chile más cerca del sentir ciudadano y que la felicidad individual no se logra dándole la espalda a la felicidad colectiva, somos una comunidad donde caben todos, ¡que no quede nadie fuera!.