Según la Biblia, los hebreos tardaron 40 años en llegar a la Tierra Prometida. Moisés, el responsable de la épica marcha hacia “una tierra que mana leche y miel”, no pudo completar la travesía. Lo sabía, pero no vaciló en intentarlo.
Millones de seres humanos, a lo largo de la historia, han hecho lo mismo. “Migrar”, dice el diccionario, es “trasladarse desde el lugar en que se habita a otro diferente”. Quien emigra, añade, lo hace “en busca de mejores medios de vida”.
Chile -pese a las críticas internas- proyectó en las últimas décadas una atractiva imagen de prosperidad. Esa es la explicación de fondo de la intensa ola inmigratoria que estamos viviendo. En rigor no es novedad. Inmigrantes ha habido en toda la historia de Chile. Nunca, sin embargo, el flujo fue tan arrollador. Entre los descendientes de inmigrantes más conspicuos figuran dos candidatos presidenciales de origen croata: Radomiro Tomic y Gabriel Boric. El sillón de O’Higgins (hijo de irlandés) ha sido ocupado por hijos o nietos de inmigrantes: los Alessandri y los Frei son ejemplos sobresalientes, pero no únicos. Y no se puede ignorar a los vascos, castellanos y catalanes que llegaron a Chile en el siglo XIX. En el ámbito de la cultura, en fecha más reciente, se registra el aporte incalculable de los refugiados de la guerra civil española.
Se debe sumar a los comerciantes, científicos, médicos, ingenieros, escritores y pintores llegados desde Europa, de América del Norte o del mundo árabe. Y no podemos olvidar al ilustre venezolano Andrés Bello.
Ellos no fueron los primeros. Los pobladores de América vinieron desde Asia, cruzando el estrecho de Behring. Parte de ellos llegó a Chile al final de una larga jornada de muchas generaciones hace unos quince mil años. Es imposible calcular cuánto tiempo demoraron entonces.
En nuestro tiempo, el viaje a Chile de algunos venezolanos ha durado meses. Otros, como los haitianos que llegaron en aviones charter, tardaron apenas unas pocas horas. Tal vez ello explique por qué unos no aceptaron la invitación de Maduro a regresar y otros se fueron dejando abandonadas sus cédulas chilenas.
Entre nosotros las “nanas” peruanas fueron recibidas inicialmente con entusiasmo… si hasta les enseñaban a hablar bien el castellano a sus hijos, En muchas ocupaciones los inmigrantes llenaron el vacío que dejaban los chilenos que prosperaban. Buena parte eran profesionales de alto nivel,
Pero ocurrió lo que hoy sabemos. El “modelo” económico y social que generó el “milagro” chileno tuvo un estallido violento en octubre de 2019. Luego vinieron la pandemia y las masivas pérdidas de puestos de trabajo, Como en Chile la situación seguía siendo mejor que en otros países -Venezuela en 2021 tenía el 94,5 por ciento de sus habitantes en algún nivel de pobreza- el flujo no disminuyó. Encontró rutas clandestinas y oportunistas “coyotes” sacaron provecho del dolor humano.
El resultado lo vemos y sufrimos. Aunque en Chile viven un millón y medio de migrantes, su situación ha sido encarado de la peor manera posible sin buenas respuestas solidarias. Pero, sobre todo, hemos olvidado lo que era nuestro credo: considerar al forastero como un amigo.
Y, lo que debería darnos más vergüenza, ya no somos ni queremos ser un “asilo contra la opresión”.