Transcurrido medio siglo desde que fuera casi mortalmente quemada con napalm, en Vietnam, Kim Phuc Phan Thi, tuvo una insólita aparición pública en The New York Times. Lo hizo en una columna de opinión como fundadora de Kim Foundation International, que brinda ayuda a los niños víctimas de la guerra.
Como ella misma escribió en el diario neoyorquino: “Crecí en el pequeño pueblo de Trang Bang en Vietnam del Sur. Mi madre dijo que me reía mucho cuando era niña. Llevábamos una vida sencilla con abundancia de alimentos, ya que mi familia tenía una granja y mi mamá dirigía el mejor restaurante de la ciudad. Recuerdo que amaba la escuela y jugaba con mis primos y los demás niños de nuestro pueblo, saltaba la cuerda, corría y perseguía con alegría. Todo eso cambió el 8 de junio de 1972. Solo tengo destellos de recuerdos de ese horrible día. Estaba jugando con mis primos en el patio del templo. Al momento siguiente, había un avión acercándose y un ruido ensordecedor. Luego explosiones y humo y un dolor insoportable. Yo tenía nueve años”.
Más que su relato, lo que varias generaciones recuerdan de Kim es una conmovedora imagen captada mientras huía tras el impacto de la bomba.
Ella misma ha señalado: “Probablemente hayan visto la fotografía mía tomada ese día, huyendo de las explosiones con los demás: una niña desnuda con los brazos extendidos, gritando de dolor.
Tomada por el fotógrafo sudvietnamita Nick Ut, que trabajaba para la AP, apareció en las portadas de todo el mundo y ganó un premio Pulitzer. Con el tiempo, se convirtió en una de las imágenes más famosas de la Guerra de Vietnam”.
A Kim le costó entender por qué era tan importante esa desgarradora imagen. Es probable que, a pesar del Pulitzer, muchos lectores en el mundo entero hayan sentido una profunda revulsión al verla. Pero contribuyó, sin duda, a convencer a norteamericanos y a ciudadanos del mundo entero que esa guerra -como todas- no tenía sentido. Nunca se sabrá cuál fue el impacto exacto, pero no cabe duda de que contribuyó al repudio generalizado ante la aventura norteamericana en Vietnam.
En los 50 años transcurridos desde entonces, Kim experimentó un complejo proceso. Al comienzo se avergonzaba de su desnudez en la foto y se preguntaba “porqué yo”. Se salvó gracias a la ayuda que le prestó el propio fotógrafo Ut y otros corresponsales. Sufría intensos dolores. Estuvo hospitalizada durante 14 meses en los que recibió 17 injertos de piel. Cuando terminó la guerra se convirtió en un símbolo para el régimen victorioso.
Veinte años después, vivió un corto período en Cuba, donde aprendió el español y conoció a un compatriota, Bui Huy Toan. Se casaron. Viajaron de luna de miel a Moscú. De vuelta a La Habana, se escabulleron del avión en una escala en Canadá y pidieron asilo político. Hasta hoy, persisten las cicatrices en el brazo izquierdo y la espalda, pero -ha dicho- ganó nuevas fuerzas por su conversión al cristianismo.
En Canadá, asegura Kim, se sintió libre por primera vez. También, como acaba de plantear en The New York Times, terminó de comprender el sentido de la icónica imagen: “La niña que corre por la calle se convirtió en un símbolo de los horrores de la guerra. (Mientras) la persona real miraba desde las sombras, temerosa de que de alguna manera quedara expuesta como una persona dañada”.
Abraham Santibáñez
Premio Nacional de Periodismo