“La educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo” decía Paulo Freire, destacado educador y filósofo brasileño.
En un contexto transformador como el actual cobra especial sentido esta frase bajo el propósito al cual queremos llegar: un mejor Chile pero no solo enmarcado en los fríos números del crecimiento económico, sino uno que vaya de la mano con el desarrollo social.
Y como en nuestro país nada es fácil, este sentir tan mayoritario que espontáneamente se expresó en las calles fue abruptamente detenido por la pandemia. Sin embargo, esa maravillosa resiliencia chilena que nos ha permitido levantarnos de terremotos, tsunamis, aluviones y tantas calamidades naturales, es la misma que ahora nos infunde fuerza para construir futuro en un momento social histórico como el actual y tan cuesta arriba en lo sanitario.
Ha sido la educación la que desde las primeras movilizaciones de “los pingüinos” en el año 2006 ha estado permanentemente en la preocupación social, y es la que también ha sido muy golpeada por esta pandemia, en especial, la de los niños, niñas y adolescentes más vulnerables.
De acuerdo a los resultados de la encuesta online elaborada por la CIAE (Centro de Investigación Avanzadas en Educación, dependiente de la Universidad de Chile) denominada “Experiencias educativas en casa de niñas y niños durante la pandemia covid-19”, dirigida a madres, padres y apoderados de estudiantes entre 4 y 18 años, sólo 4 de cada 10 educandos recibe clases online todos los días, existiendo en este aspecto una enorme desigualdad socioeconómica relacionada con el tipo de escuela al que se asiste: mientras 8 de cada 10 estudiantes de colegios privados tiene clases online diariamente; solo 3 de cada 10 niños y niñas de escuelas gratuitas accede a clases todos los días; y más aún, 2 de cada 10 de niños de estas mismas escuelas declara “nunca tener clases online”.
Agrega este estudio que mientras 2 de cada 3 alumnos de colegios privados cuentan con un computador exclusivo para su trabajo escolar, entre sus pares de escuelas públicas sólo 1 de cada 3 tiene este recurso y de estos 1 de cada 8 ni siquiera tiene computador.
Aún hay más a propósito del hacinamiento: en liceos públicos o subvencionados solo alrededor de la mitad de los estudiantes tiene un espacio propio para hacer tareas y estudiar; la otra mitad o no tiene acceso “nunca” o solo “a veces” a un espacio propio. Si en la escuela pandémica, conectarse es un desafío y concentrarse, una quimera.
Último dato: según estudios del Instituto de Investigación y Desarrollo Educacional (IIDE), dependiente de la Universidad de Talca, “más o menos se estima que 80 mil estudiantes, mínimo, dejaron de asistir a todo tipo de actividades educativas”, aseguró su director Sebastián Donoso.
En fin, podríamos llenarnos de información pero lo cierto que es fácil suponer que la actual pandemia ha acrecentado los ya magros números de nuestra alicaída educación pública, razón más para hacer los mayores esfuerzos por volver a clases, especialmente para los sectores más vulnerables, donde la asistencia al liceo no solo significa educación, sino también comida y casi con seguridad el alejamiento de las redes delictuales siempre atentas de coaptar menores.
Es este esfuerzo el que también hay que pedir al Colegio de Profesores que esta semana ha persistido en su negativa de volver a clases presenciales sin que estén dadas las condiciones sanitarias. Si bien es cierto la falta de diálogo de este gobierno, lo cual a esta altura tenemos la certeza no cambiará, no puede ser una razón para privar a nuestros menores y adolescentes de su derecho a ser educados. Los liceos deben ser los últimos en cerrar y los primeros en abrir, tal como lo han hecho varios países europeos que han logrado un estado de bienestar como tanto se ha reclamado en las calles.
Si el mundo se ha rendido en aplausos al personal de la salud que han postergado lo indecible en la lucha contra esta pandemia, ¿no es posible esperar un esfuerzo similar de quienes dirigen una profesión tan noble como es introducir a nuestros jóvenes en el maravilloso mundo del saber?
En un momento que la pandemia parece estar dando sus primeras señales de retroceso es necesario que nuestros profesores avancen para crear los puentes que unan el Chile actual con los sueños transformadores del futuro.