Desde los tiempos bíblicos, por lo menos, conocemos una significativa advertencia política: lo peor que le puede pasar en una comunidad (familia, iglesia, país) es que se divida y termine destruyéndose. El texto original corresponde a una frase de Jesús que recogen tres de los cuatro evangelistas. Tras lograr, en forma milagrosa, que un mudo hablara, Cristo enfrentó duramente a quienes murmuraban en su contra y les hizo ver que “todo reino dividido contra sí mismo, es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae”.
En 1858, cuando era candidato al senado, Abraham Lincoln empleó la misma imagen frente a un país que tenía una fragmentación profunda entre esclavistas y antiesclavistas. A una nación a punto de ir a la guerra advirtió: “Una casa dividida contra sí misma no puede permanecer”.
La frase resultó desconcertante para sus electores y probablemente le costó el escaño en el Senado. Sin embargo, más de un siglo y medio después, sigue reflejando un valioso concepto moral. Es también una lección no aprendida del todo. En el caso de Lincoln, su perseverancia lo llevó a la presidencia de los Estados Unidos desde donde decretó la emancipación de los esclavos.
Fue necesaria una guerra civil, pero el principio de la igualdad de los seres humanos pareció consolidarse definitivamente.
Este año, en medio de una pandemia, la advertencia parece más válida que nunca. Estados Unidos se muestra dividido ante el mundo entero. Donald Trump, quien tuvo la audacia de compararse con Lincoln en uno de los debates de la campaña, es sin duda el principal aunque no único responsable de la crisis. Su agresivo estilo de gobierno, sus desconsiderados ataques contra las minorías (sexuales, raciales o sociales) y sus virulentas declaraciones acerca de que estaba “robando” el triunfo electoral, han dejado en evidencia una honda crisis en la convivencia democrática estadounidense. Lamentablemente, es una realidad global.
La democracia griega -que excluía sin miramientos a las mujeres, los extranjeros (metecos) y los esclavos- ha sobrevivido hasta nuestros días porque fue incorporando, lentamente, a todos los integrantes de la comunidad. Pero, como es el caso en Estados Unidos, los descendientes de los esclavos todavía son discriminados socialmente; todavía no se supera por completo la discriminación coa la mujer y los extranjeros y las minorías sexuales siguen sufriendo graves problemas. Lo que hizo Trump, desde la Casa Blanca, fue agudizar el rechazo. Sin embargo, en vez de ser castigado por ello, logró el apoyo de grupos importantes lo que permitió la riesgosa incertidumbre en el recuento de votos ante Joe Biden.
El principio básico de democracia griega, debía perfeccionarse. Así ha ocurrido, aunque muy lentamente, desde la Carta Magna de los británicos, las denuncias de los misioneros católicos durante la conquista de América y. muy especialmente, con la proclamación de los ideales de “libertad, igualdad y fraternidad” de la Revolución Francesa. Pero nunca han faltado los argumentos en contra. Por ejemplo, el principio calvinista de que el éxito económico es una señal de que la persona ha sido elegida por Dios para ser salvada.
Nada, sin embargo, ha sido tan efectivo -y peligroso- en la medida que polariza brutalmente las opiniones, como la revolución de las comunicaciones. Y ello no ocurre solo en Estados Unidos.
Abraham Santibáñez