La clase política chilena pasa por un momento de dicha y reconciliación. Después de los epítetos lanzados públicamente por la Presidenta del Colegio Médico a los principales responsables de la actual política sanitaria, y luego de haberse disculpado debidamente por tal improperio, finalmente ha fumado la pipa de paz con el oficialismo.
La doctora Izquia Siches reculó después de recibir tupidas muestras de fervor popular por haberse atrevido a tildar de “Infelices” a quienes se burlaron de todo el mundo y pasaron por alto las recomendaciones de tantos especialistas de la salud. Sujetos con el rostro de infelicidad a cuestas, lo que denota que ambos deben haber sufrido mucho en sus vidas para alcanzar sus altas funciones, las que nunca posiblemente hubieran conseguido de no ser por la grave emergencia sanitaria y la estrecha relación de ambos sujetos con Piñera.
Como tanto se dice, Chile está la cabeza de los países del mundo en haber aplicado tan alto número de vacunas en tan poco tiempo. Sin embargo, en cuanto al número de infectados por el Covid 19 nuestras cifras son muy mediocres; más todavía si se considera la holgada economía que enimos presumiendo y si consideramos los mezquinos recursos otorgados por las autoridades para salir al rescate de los millones de desempleados, pobres y otros que han quedado a las intemperie del país real con esta pandemia. O si consideramos las precarias condiciones de nuestros sistemas de salud, sus escuálidos presupuestos fiscales y todos los abusos que también se han evidenciado en el ámbito privado de estos servicios. En el suculento negocio de las isapres, de las clínicas privadas y el deficiente y oneroso desempeño de buena parte de su administración.
Recordemos que el Coronavirus golpeó al país en el momento mismo de una de las explosiones sociales más severas de nuestra historia. Por algo se dice que Piñera le debe su permanencia en La Moneda, más que a las balas y a la implacable represión ejercida, a un contacto infeccioso que se extendió peor que un reguero de pólvora a causa de la faltas de prevención. Tanto que después de un año de constantes escaramuzas callejeras todavía nadie termina de contar en el país a los chilenos abatidos por las policías, a los torturados y el número de encarcelados.
Particularmente, nuestros últimos secretarios de salud han sido e hazmerreír de la población, si no fuera por el trágico y desolador que resulta el balance de la pandemia y de su gestión. De allí que la doctora Siches les apuntara medio a medio a sus colegas burócratas. Insultos, por lo demás, que serían nimios en otras democracias en que se descuera a ciertas autoridades sin que se crea que con ello se pone en peligro la democracia o estado de derecho, como aquí siempre se teme.
Cómo avanzaría la historia de los pueblos si no existieran los lenguaraces e iconoclatastas como la doctora Siches, si los grandes y emergentes líderes sociales y políticos tuvieran que disculparse cada vez por arrojar sus dardos, expulsar de los templos a los mercachifles, codiciosos y soberbios que dominan la escena pública.
Sobre todo, cuando la que se atreve e una mujer, muy joven y reconocida casi universalmente, aunque diera después el precipitado paso de disculparse y auto enmarcarse en el cuadro de honor de la política políticamente como “correcta” y sometida a los límites impuestos por el llamado establishment.
Pero esto que viene ocurriendo no es una defección solo de la Presidenta del Colegio Médico. Algo pasa que en las nuevas generaciones hay varios que la vienen antecediendo. Jóvenes diputados que de la noche a la mañana se tropiezan con la sensatez y toman iniciativas destinadas a desdibujar su perfil político y sentarse a la mesa de los que siempre entran en connivencia para evitar la posibilidad de que una mayoría popular, por ejemplo, elija a plenitud sus constituyentes.
Vociferantes políticos de hace muy poco tiempo que, después de haber turisteado durante toda la Dictadura y la posdictadura por la ruta de las revoluciones, ahora critican y alientan el bloqueo a Cuba, Venezuela y otras naciones. Sin faltar, por supuesto, los “hijos de su papá” que, luego de obtener sus licencias universitarias, quieren darse un tiempo sabático con sus familias o hacer u recorrido por el mundo para empaparse de la cultura universal. Tal como los hacían en su tiempo sus afortunados abuelos.
Si no quisiera tanto a Izquia Siches, si yo no me acordara de sus ímpetus de justicia social y fuerte vocación médica, posiblemente estaría muy compungido por lo que acaba de hacer. Estaría completamente abatido por la sumatoria de decepciones políticas que Chile nos entrega constantemente. Estaría verdaderamente descorazonado si es que no considero su antigua militancia y su juvenil fulgor, como su desempeño como senadora universitaria, donde tuve la suerte de apreciarla. Pero me someto al reconocimiento que ella misma le hizo al país, en cuanto próximamente va a ser madre e iniciar su prenatal. Lo que significa, sin duda, un encomiable compromiso que yo valoro enormemente en estos días de arreciante posmodernismo…
Pero lamento el entusiasmo de la clase política y el hipócrita jolgorio de la prensa que defiende el sistema y que al alabar estas actitudes nos llevan a un país cada vez más blandengue ante el mundo y las nuevas generaciones.
Juan Pablo Cárdenas S.
Premio Nacional de Periodismo