Antonio Ostornol Almarza (Santiago, 1954) es uno de los escritores más relevantes de la literatura chilena actual. Su narrativa en la que destacamos Los recodos del silencio (1981) es una fiel radiografía de la época dictatorial en Chile. Ahora acaba de publicar Chino (Ediciones de la lumbre, 2020) donde se sumerge en el Chile de los 80’. Poco después del lanzamiento conversó con www.elmauleinforma
Antonio, ¿cómo surge la escritura de Chino?
-Chino nace de mi experiencia en los años ochenta, trabajando a unos pocos kilómetros de Santiago. Allí, en la frontera entre lo urbano y lo rural, la modernización acelerada que la globalización y el modelo neoliberal le impusieron a Chile provocaba una gran fractura: por una parte, aparecían las maravillas del consumo (importaciones de todo tipo, autopistas, boom exportador de la fruta, etc.), asociadas a una liberalización de la vida; y por otra, una vieja tradición conservadora, asociada a la peor violencia de esos años. En esos territorios se vivían los dobles estándares típicamente chilenos, con mucha intensidad.
En los setenta habían enterrado a los hombres de las familias Hernández, Maureria y Astudillo en los hornos de Lonquén, y en los ochenta inauguraban modernos packagings, desarrollaban el kiwi e instalaban jacuzzis en sus baños. Mientras algunos negaban o justificaban las desapariciones y torturas, soñaban con ir de vacaciones a Miami, o rechazaban legislar el divorcio; otros, muchos, tenían que guardar silencio. En ese mundo contradictorio, raro y violento, quería indagar con mi relato.
Entiendo que venía trabajando el relato desde hace años. ¿Qué le impedía terminarlo?
-Sí, la primera versión de esta historia data de los años noventa. Creo que no hay una sino varias razones que me hicieron demorar la escritura. Por una parte, y seguro que fue lo más importante, necesitaba entender bien la historia y a mi personaje. También necesitaba entender mejor lo que en Chile habíamos vivido a partir del golpe y el proceso democrático que estaba comenzando. Sentía que había algo más profundo que se incubaba en experiencias como la de mi novela, que no podían reducirse a lo político o histórico, sino que vislumbraban un cambio cultural mayor. Claro, esto lo digo ahora, una vez que he escrito Chino, porque es en el proceso escritural donde un escritor descubre el sentido de lo que está haciendo.
Chile en los años ‘80
Antonio, la soledad de Ricardo, el protagonista, ¿es la soledad del Chile de los años 80?
-En cierto sentido, sí. Es la soledad del miedo, de la perplejidad frente al mundo que cambia, del silencio ante lo innombrable. Pero también es la soledad de una sociedad que transitó desde una experiencia social comunitaria hacia una individualista y competitiva. Pasamos de sentirnos parte de una misma manada, a ser el animal que debe matar para sobrevivir. Vivir competiendo es una forma muy solitaria de vivir.
Para construir al personaje, ¿acudió a su propia experiencia en una escuela de Talagante?
-Cuando trabajaba en un colegio en Talagante, conocí a un estudiante de esos que las escuelas catalogan como alumno cacho o conflictivo. Había pasado por varios colegios, de los cuales había salido expulsado, y había sido rechazado en varios establecimientos. Estos alumnos suelen ser personas muy vulneradas y vulnerables, que ocultan sus carencias a través de la rabia y la violencia. Por eso se vuelven conflictivos. Estoy convencido de que esos jóvenes necesitan afecto, acogida, como más o menos le sucede a Ricardo Wong, el chino: su posibilidad de salvarse es a través del amor y, como le ocurre en la novela, también a través de la pasión por el jazz, que es una forma de amar.
Antonio, ¿palpaba en los 80’ una sociedad muy fracturada, entre formas conservadoras y la arrolladora modernidad?
-Tal como lo dije al comienzo, en los 80’ vivimos una transformación muy violenta, con mensajes contradictorios: por una parte nos decían que éramos libres para emprender y hacer negocios, y por otra, estábamos totalmente reprimidos en la vida personal, política y cultural.
¿Se trata de un Chile muy violento?
Demasiado violento. Creo que todavía pagamos las consecuencias”.
Un Chile con pies de barro
Antonio, ¿era un Chile que caminaba a toda velocidad a la modernidad con pies de barro?
-Seguro. Además de las violaciones más aberrantes a los derechos humanos que hemos conocido en Chile durante el siglo XX, que son la violencia más evidente, había una violencia más estructural, la de los privilegios. Mientras algunos podían usufructuar y gozar de la nueva modernidad, había otros, que estaban completamente al margen. La nueva riqueza de Chile no la generaron exclusivamente los grandes empresarios, sino que el gran aporte lo hicieron los millones de trabajadores que tenían sueldos miserables y ninguna posibilidad de defender sus derechos, al menos que arriesgaran la vida.
Sin embargo, la nueva riqueza se repartía de forma muy desigual. Eso ocurrió durante la dictadura y después, con el regreso a la democracia, las cosas han mejorado bastante, pero no suficiente, porque hemos tenido que lidiar con el derecho a veto de la derecha, lo que no ha posibilitado hacer los cambios necesarios para lograr una sociedad más justa.
¿Qué rasgos de ese país se mantienen en el Chile actual?
-Pinochet soñaba con un país sin “políticos” y creo que durante los últimos años, muchas veces con razón y otras no tanto, se ha instalado una sociedad sin política. Ahora cualquiera emite todo tipo de denuestos contra la clase política.
Antes, solo se lo escuchábamos al dictador. Esto, creo, no es casualidad: la lógica del mercado y la competencia, el individualismo sin límites, son la herencia que dejó la dictadura. Y eso ha ido permeando nuestra sociedad. Lo vemos ahora, durante la pandemia, cuando resulta tan difícil mantener conductas como el uso de mascarillas, el distanciamiento físico y el lavado de manos. Si tuviéramos más conciencia del “otro”, si pensáramos en quienes nos rodean y nos importara lo que les ocurre, creo que la situación sería muy distinta. Pero se nos instaló la idea de que la solidaridad no es parte de la lucha despiadada por el éxito. Este individualismo feroz es el lastre que nos quedó de casi veinte años de dictadura y de la instalación a sangre y fuego de un modelo económico, del cual no hemos podido sacudirnos
El jazz le permite a Ricardo tener un cierto equilibrio en su vida. ¿Cómo lo logra?
-El jazz ancla sus raíces en la música que hacían los negros en Estados Unidos, en tiempos de la esclavitud y, luego, durante los largos años de discriminación racial. Es una música de sobrevivencia, resiliente se diría hoy. Y para Ricardo Wong, el chino, que estaba condenado al sufrimiento –era negro, chino y huacho- el descubrimiento de esta música, el reconocerse como un músico nato aunque no tuviera la música (esta paradoja hay que descubrirla en la novela), es lo que le permite encontrarle un sentido a la vida.
No hablaría de equilibrio, porque alcanzar un lugar donde todo se armoniza a la perfección, está muy lejos de su experiencia. El jazz es el camino hacia el descubrimiento de su identidad, para la recuperación de la memoria, y encontrar un lugar en el mundo y en esta vida. De eso se trata la novela.
¿Es una novela más vinculada con su mirada política es Los años de la serpiente?
-Yo diría que, junto a Los recodos del silencio, mi primera novela, son las más contingentes desde la perspectiva política. Un amigo, profesor universitario y crítico, cuando leyó Los años de la serpiente me dijo que era igual a Los recodos del silencio, pero en clave posmoderna. Y creo que tenía razón: porque en mi primera novela exploro los primeros efectos del golpe de estado en grupos de jóvenes que teníamos una utopía revolucionaria, tan utópica que no nos permitía ver la cruda realidad antidemocrática de los países que la habían realizado, ya sea en Europa, Asia, África o América latina. Pero cuando escribo Los años de la serpiente, ya había caído el muro de Berlín, se había disuelto la Unión Soviética, los partidos comunistas desaparecían o se transformaban, y el otrora campo socialista se lanzaba en cuestión de unos pocos meses a los brazos del paraíso capitalista.
Entonces, más que hablar de mi novela más política, a mí me gusta hablar de Los años de la serpiente como mi novela más biográfica, en la que más me expongo, tanto en lo personal como en la propuesta narrativa. Esa novela debe estar entre los primeros textos chilenos que exploraron en aquello que luego se ha definido como auto ficción, donde se ponen en cuestión los límites entre la ficción y la realidad.
Usted como Ricardo comparten generacionalmente cierta orfandad. ¿Cómo pudo usted mantener el equilibrio?
-¡Ojalá hubiese podido mantener el equilibrio! No me atrevería a asegurarlo. Así como al chino lo salvó el jazz, a mí me salvaron la escritura y mis afectos. Eso me ha permitido sobrevivir con cierta dignidad.