Las primarias realizadas el pasado domingo se inscriben dentro del propósito de involucrar a la ciudadanía en la elección de los candidatos que han de representar a los distintos partidos y movimientos políticos en escena. En esta ocasión se trataba de los candidatos a gobernadores y alcaldes.
Si bien es un tanto prematuro efectuar una evaluación rigurosa, al menos es posible efectuar algunas reflexiones sobre un proceso que está en sus inicios y del cual no existe mayor tradición en el país. Como en todas las cosas podemos poner el acento tanto en el vaso medio vacío como en el vaso medio lleno. Haré mención a dos aspectos en los que falta mucho trecho por recorrer, tanto por parte de los partidos como de los ciudadanos.
Uno de los aspectos negativos, en muchas regiones, en el caso de los candidatos a gobernadores, y en muchas comunas en el caso de los candidatos a alcaldes, se relaciona con que las distintas alianzas políticas en carrera siguen privilegiando “la cocina”, entre cuatro paredes, a la hora de escoger el candidato.
Con ello se sigue impidiendo que la ciudadanía se pronuncie respecto de quienes quieren que sean los candidatos en sus correspondientes regiones o comunas.
Lo otro negativo se vincula con la baja participación ciudadana, por debajo del 5%, lo que constituye toda una contradicción si se considera que las primarias se instituyeron precisamente para promover la participación y reducir “la cocina”. Lo expuesto es signo tanto de desencanto como de ausencia de ejercicio de ciudadanía, de apatía.
También podría calificarse negativamente lo que no deja de llamar la atención: que ni el partido comunista ni el partido republicano hayan participado en las primarias para que los ciudadanos tengan la oportunidad de escoger entre los distintos candidatos en carrera. En ambos casos han optado por nominar sus candidatos sin la mediación ciudadana, una manera bien particular de hacer política muy distinta a la que proclaman.
Pero también hay aspectos positivos asociados. De partida, hubo primarias en muchas regiones y comunas, lo que revela un esfuerzo por salir de las madrigueras políticas para exponerse públicamente y delegar poder en la gente para que decida quiénes han de ser los candidatos. Insuficiente aún dado que falta mucho por avanzar, dado que siguen nominándose muchos candidatos bajo cuerda. Esto vale para todos los sectores. Pero así y todo se trata de un paso en la dirección correcta.
También cabe valorar positivamente la participación ciudadana por más menguada que esta haya sido. Meritorio es que haya quienes se dieron la molestia de concurrir a votar en un contexto marcado por la pandemia, escasa información disponible, y un profundo desprestigio de la dirigencia política, el que se extiende a todo tipo de dirigencias –económica, religiosa, sindical, militar, deportiva-.
Respecto de los resultados es imposible hacer una proyección de lo que viene. No obstante, me atrevería a avizorar un escenario en el que se reviven los tradicionales tercios o los cuartos luego de décadas de binominalismo forzado. Los tercios (izquierda, centro y derecha) o los cuartos (izquierda, centroizquierda, centroderecha y derecha) dependiendo de las alianzas que finalmente se logren configurar para las próximas elecciones.
Los tercios estarían dados por una eventual alianza del Frente Amplio con el PC por la izquierda; la Unidad Constituyente bloque que se podría asimilar a lo que fue la Concertación por el centro; y un acuerdo que se podría alcanzar por la derecha entre los partidos de Chile Vamos y el partido republicano de José Antonio Kast.
La otra posibilidad es que se dé un escenario de los cuartos en caso que la coalición de Chile Vamos y el partido republicano no logren conformar una única lista.
Cabe señalar que, aunque poco probable, también se podría tener un abanico dado por los quintos, esto es, de cinco coaliciones (extrema izquierda, izquierda, centro, derecha y extrema derecha). Lo que ocurra definitivamente dependerá del curso que tomen las negociaciones con calculadora en mano, del peso que se asigne a la defensa de principios que se consideren como intransables en relación al logro de cuotas de poder.