Acaba de aparecer Mujeres del alma mía (Plaza Janés, 2020) de Isabel Allende donde nos entrega un emocionante ejercicio de memoria y ensayo personal, sobre su relación con el feminismo y la condición de ser mujer, al tiempo que reivindica que la edad madura hay que vivirla, sentirla y gozarla con plena intensidad.
En el relato repasa su vinculación con el feminismo desde la infancia hasta hoy y rememora algunas mujeres imprescindibles en su vida, como sus añoradas Panchita Llona, su madre; Paula, su hija fallecida a los 29 años, en 1992 y su agente literaria Carmen Balcells; a escritoras relevantes como Virginia Woolf o Margareth Atwood o más jóvenes y desconocidas como la somalí Warson Shire; políticas como Michelle Bachelet; cantantes como Violeta Parra o LasTesis, el grupo chileno que aglutina la rebeldía de su generación a ritmo de rap; y a esas “mujeres anónimas que han sufrido la violencia y que llenas de dignidad y coraje se levantan y avanzan”.
Un largo proceso que ella cuenta: “Mientras el cuerpo se me deteriora, mi alma se rejuvenece. Mi pasión por las causas que siempre he abrazado o por las pocas personas que amo ha aumentado. Ya no temo mi vulnerabilidad, porque no la confundo con debilidad; puedo vivir con los brazos, las puertas y el corazón abiertos. Esta es otra de las razones por las que celebro mis años y celebro ser mujer…”.
“Una eterna extranjera”
Isabel Allende nació en 1942, en Lima, mientras su padre se desempeñaba como Secretario de la embajada de Chile en Perú, por lo que su nacionalidad es chilena. Pasó la primera infancia en Chile y vivió en varios lugares en su adolescencia y juventud. Después del golpe militar de 1973 en Chile, se exilió en Venezuela y, desde 1987, vive como inmigrante en California.
Se define “una eterna extranjera”. Inició su carrera literaria en el periodismo, en Chile y Venezuela. En 1982 su primera novela, La Casa de los Espíritus se convirtió en uno de los títulos míticos de la literatura latinoamericana. Su obra ha sido traducida a más de cuarenta idiomas y ha vendido más de setenta millones de ejemplares, siendo la autora en español viva más leída en el mundo.
Ha recibido más de sesenta premios. Entre ellos, el Premio Nacional de Literatura en Chile, en el año 2010; el Premio Hans Christian Andersen en Dinamarca, en 2012 y la Medalla de la libertad en Estados Unidos, la más alta distinción civil, en 2014. En 2018, Isabel Allende se convirtió en la primera escritora en lengua española premiada con la Medalla de honor del National Book Award, en Estados Unidos, por su gran aporte al mundo de las letras.
En la entrevista con El Maule Informa vía zoom, el pasado 5 de noviembre, Isabel conversó con periodistas de Latinoamérica y España.
–Isabel, ¿ha sido la escritura el refugio para enfrentar las adversidades de la vida? -No creo” –respondió desde su oficina rodeada de libros– Lo que sí ha pasado es que la literatura ha sido como un gran vicio que me ha permitido enfrentar mis demonios.
Feminista desde el Kindergarten
-No exagero al decir que fui feminista desde el kindergarten, antes de que el concepto se conociera en la familia. Nací en 1942, así es que estamos hablando de la remota antigüedad. Creo que mi rebeldía contra la autoridad masculina se originó en la situación de Panchita, mi madre, a quien su marido abandonó en el Perú con dos niños en pañales y un recién nacido en los brazos”, escribe Isabel en Mujeres del Alma mía.
–Una dolorosa situación…
-A muy temprana edad me di cuenta que mi madre estaba en desventaja con respecto a los hombres de la familia. Se había casado contra la voluntad de sus padres, había fracasado, tal como le habían advertido, y había anulado su matrimonio, única salida posible en ese país donde no se legalizó el divorcio hasta el año 2004. No estaba preparada para trabajar, no tenía dinero ni libertad y era el blanco de malas lenguas, porque además de estar separada del marido, era joven, bonita y coqueta.
–La experiencia vivida por Panchita fue marcadora para Isabel.
-La dependencia me causaba en la infancia el mismo horror que me causa todavía, por eso me propuse trabajar para mantenerme apenas terminara la educación secundaria y en lo posible mantener a mi madre. Mi abuelo decía que quien paga imparte las órdenes. Ese es el primer axioma que incorporé a mi naciente feminismo. –
¿Cuál cree que es la peor discriminación?
-La peor discriminación es contra los pobres, siempre lo es, pero a mí me pesaba más en la adolescencia la que soportaban las mujeres, porque me parecía que a veces se puede salir de la pobreza, pero nunca de la condición determinada por el género… Nadie en mi ambiente hablaba de la situación de la mujer, ni en mi casa ni en el colegio, ni en la prensa, así es que no sé dónde adquirí esa conciencia en aquella época.
La bendición de ser mujer
En la publicación, Isabel se refiere a Sylvia Plath (1932–1963) poeta y cuentista norteamericana que decía que su mayor tragedia era haber nacido mujer. Para Isabel, por el contrario, “ha sido una bendición. Me ha tocado participar en la revolución feminista que, a medida que se consolida, va cambiando la civilización, aunque a lento paso de cangrejo. Mientras más vivo, más contenta estoy de pertenecer a mí género”.
Empezó a escribir ficción cuando tenía cerca de cuarenta años. Ella misma lo cuenta: “A pesar de mi feminismo, yo también dudaba de mi capacidad y de mi talento; empecé a escribir ficción cuando tenía cerca de cuarenta años con la sensación de estar invadiendo un terreno prohibido. Los escritores famosos, especialmente los del boom de la literatura latinoamericana, eran hombres”.
-¿Y el boom de la literatura latinoamericana?
-El boom de la literatura latinoamericana del 82 fue un fenómeno masculino. Las escritoras de Latinoamérica eran ignoradas por los críticos, profesores, estudiantes de literatura y por las editoriales, que en caso de publicarlas lo hacían en ediciones insignificantes, sin promoción ni distribución adecuadas. La aceptación que tuvo mi novela fue una sorpresa. Se dijo que había tomado el mundo literario por asalto. ¡Vaya! De pronto fue evidente que el público lector de novelas era en su mayoría femenino.
Lúcida, Isabel reflexiona: Antes que nada tenemos que acabar con el patriarcado, esta civilización milenaria que exalta los valores y defectos masculinos y somete a la mitad femenina de la humanidad. Debemos cuestionar todo, desde la religión y las leyes, hasta la ciencia y las costumbres. Vamos a enojarnos en serio, enojarnos tanto que nuestra furia haga polvo los fundamentos que sostienen esta civilización. La docilidad, exaltada como una virtud femenina, es nuestro peor enemigo, nunca nos ha servido de nada, le conviene a los hombres.
Mario Rodríguez Órdenes
Fotografía: Lori Barra
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