“No hay democracia sin partidos políticos” es un axioma internalizado para cualquier país democrático que se aprecie de tal, y, en tal contexto, surge la pregunta si será el momento de reordenar el mapa político en consideración a la fatiga de las alianzas políticas más duraderas de la historia de Chile y a partir de la experiencia electoral del año que quedó atrás y del nuevo que comienza.
Es un hecho asumido que el centro político desapareció para esta última elección, pero las causas entre los centros de derecha y de izquierda son muy distintas.
De partida la centroderecha liberal y social que con tanto esfuerzo se abrieron espacio en la última década, no dudaron en apoyar a quien representaba, hasta ese momento, al sector más duro de la derecha, con posturas muy conservadores y lejanas del liberalismo de Evópoli,, y ni hablar de la frase “la pesadilla del 18 de octubre” renegando de los cambios sociales que incluso la derecha social de Ossandón y Desbordes reconocía como necesarios.
Tal vez fue el “miedo” lo que los hizo claudicar en sus convicciones, pero lo cierto es que a partir del miedo no es posible construir en política y lo que es peor, es muy fácil destruir lo logrado. Se podrá contrargumentar que, a pesar de la derrota, la votación de la derecha no fue mala … tal vez cierto mirado desde la frialdad de los votos, no así desde consecuencia política y valórica. Una muestra de ello fue el bajo apoyo en el voto femenino y especialmente el juvenil considerado como un llamado desde el futuro hacia una matriz de pensamiento conservador que no comprende la evolución actual y venidera.
Y agrego algo más: se suponía que la centroderecha se había sacudido del horror de las violaciones a los derechos humanos alejándose de sectores que aún lastimosamente siguen justificándolas, sin embargo, cruzaron ese límite para muchos infranqueable, y apoyaron a quien por omisión o acción sigue estando más cerca de las justificaciones que de la condena. Muchos quisiéramos dejar atrás ese pasado, pero sigue ahí refregándonos en el porcentaje de votación: una copia idéntica del plebiscito del Sí y el No más de 30 años después.
Tal vez la auténtica centroderecha aún tenga esperanza en personas como Ignacio Briones que votó nulo, precisamente porque muchos como él entendieron que una campaña electoral no puede arriesgar lo que tan difícil fue construir; o la diputada de Renovación Nacional Paulina Núñez quien esta semana afirmó que “la derecha debe reconocer que hay demandas sociales históricas, que son reales, que no vienen impuestas por Cuba ni Venezuela y que se debe dar respuesta a los reclamos que la sociedad tiene”. A partir de estas declaraciones es posible soñar en acuerdos que es justamente lo que Chile clama para nuestro futuro inmediato.
La centroizquierda en tanto también resultó dañada. Las razones no obedecen necesariamente a un ideario distinto a la izquierda frenteamplista, sino más bien a su incomprensión de la profundidad del descontento que desde el año 2006 comenzaba a reclamarse en las calles, forzando así una revelación generacional que finalmente terminó reemplazándola. Las críticas entre sectores concertacionistas y frenteamplistas son más anímicas que políticas: los primeros acusan de soberbia y superioridad moral a los segundos frente al reproche de estos últimos por haberse “acomodado” al modelo neoliberal.
Sin embargo, superado lo anterior surge la épica por las transformaciones sociales apoyadas transversalmente desde el centro hacia la izquierda. Y es esto lo que hace la diferencia con los problemas comentados de la derecha, ya que políticamente, ambos sectores, centroizquierda e izquierda, persiguen las mismas transformaciones, unos con el ímpetu juvenil y otros con la mesura de los años, pero todos con el convencimiento de que no es extremo garantizar educación pública de calidad, o pensiones dignas a un monto que antes de decía imposible, ni hablar de salud, vivienda y medioambiente, todas reconocidas como carencias y como un mínimo digno para construir un país desarrollado.
Las ansias de cambios fue mejor comprendida y liderada por esta izquierda generacional, quienes con toda seguridad serán los herederos de una futura socialdemocracia, dejando atrás una importantísima etapa histórica, la de los treinta años, que, con defectos y virtudes, construyó los cimientos para las transformaciones que vienen.
Toda democracia saludable requiere de partidos y de un reordenamiento político cuando los ciclos históricos se terminan … el que viene demanda acuerdos amplios, tal vez el mejor escenario para que los decaídos centros políticos vuelvan a surgir.