Si se mira el panorama político nacional, pareciera que estamos dejando atrás el país ordenadito que solíamos ser y que nos diferenciaba del vecindario. Ese país monitoreado con sintonía fina por la élite política y económica ya no es el mismo. La incertidumbre se ha enseñoreado, por ejemplo en las contiendas electorales botando a los favoritos y eligiendo los ganadores con pinzas para cada elección. La gran duda o interrogante fundamental es, cuánto de la plataforma base que se ha ido construyendo o delineando como país, durante estas últimas décadas, será posible para mantener al país en un curso de acción razonable y no se desbande siguiendo los dictados o caprichos incluso, de algún extremo.
Al analizar los alineamientos políticos que han estado ocurriendo, es posible observar que se han cambiado los papeles, los que antes tenían la sartén por el mango y un cuasi derecho a veto, con lo cual podían mantener a ultranza el modelo, constitución actual de por medio, hoy sencillamente lo perdieron. La ciudadanía, en reiteradas ocasiones, les dijo nones y con una especial curiosidad, este derecho se cambió de lado y por el arte del birlibirloque electoral, lo que no me tocó hoy día capaz que mañana me toque, se fue al otro extremo.
Y si se mira como viene la mano en el proceso constituyente, bien cabe analizar lo expresado por el constitucional Patricio Fernández en una reciente entrevista a un vespertino, al describir el “piso aceptado” que ya tiene la discusión constitucional. Este sería, entre otros que, “vamos a pasar de ser un estado subsidiario a un estado social de derecho. Y habrá derechos sociales garantizados. Lo cual cambiará el nivel de compromiso del Estado con sus habitantes. Así como la distribución del poder. “El presidencialismo va a compartirse con el Parlamento. La concentración del poder centralista en Santiago se va a distribuir en las regiones. Y van a haber espacios de participación más directos porque la realidad tecnológica lo permite.”
Para el fundador del The Clinic, cambiará “nuestra relación con los pueblos originarios y habrá un reconocimiento a un Estado plurinacional”. Cerrando su descripción concluye que “el asunto es ver cómo suceden estos cambios. Ahí está la discusión actual.”
En el Chile centralista, donde la flojera y el simplismo intelectual nos han acostumbrado a la ley del péndulo o a movernos solo entre el blanco y el negro, nos olvidamos que hay una gran variedad de colores. Por lo tanto, viene siendo hora de que revaloricemos el usar distintos matices y después de esta especie de revoltijo nacional, que estamos experimentando, aprovechemos la experiencia para construir una institucionalidad que sea perdurable en el tiempo, gracias a un alto consenso, en la cual todas las partes se sientan parte de.
Adicionalmente como lo expresa en un medio electrónico el historiador Alejandro San Francisco, “necesitamos tener una visión global de la patria que integre a toda su diversidad regional y territorial. Chile no es una capital con agregados, debemos desechar ese centralismo torpe y asfixiante que a veces nos impide desarrollarnos con toda nuestra potencialidad”.
En este sentido, Irina Morend, geógrafa Aysén, postula que hay que cambiar la visión clásica del desarrollo territorial, ya que “además de fortalecer la idea de los territorios como fuentes de recursos naturales explotables, invisibiliza a quienes los habitan.” No reconocer los territorios desde las capacidades de los habitantes, significa “tener como una ruta bypass que beneficie en velocidad a los de afuera, pero no necesariamente beneficie en el tránsito a los de adentro.”