“Reconocemos que, ya sea como Estado, como sociedad o como personas, se han cometido errores e injusticias, siendo una de ellas la poca comprensión que hemos tenido de las realidades y perspectivas propias de los pueblos originarios”…
En muchas columnas de opinión he sido crítico a posiciones de constituyentes de derecha, especialmente del rechazo, pero sería injusto no hacer un gran reconocimiento a lo ocurrido con la preciosa carta publicada por 15 convencionales de ChileVamos (De Evópoli y RN), quienes, en un gesto que los enaltece, escribieron palabras, como las que comienzo esta columna, llenas de simbolismo y empatía. De eso se trata, generar confianzas y restablecer convivencias para lograr los acercamientos que pavimenten un camino juntos, sin soslayar las diferencias, pero con los espacios suficientes para consolidar un piso básico que nos represente como personas dignas.
Lamentablemente de este lindo mea culpa social se restaron los constituyentes de la UDI y Teresa Marinovic, quienes han persistido en su postura crítica hacia sus pares de los pueblos originarios, sin comprender que tal negación solo da más ingredientes para acrecentar la violencia que queremos desterrar de las zonas mapuches en conflicto y no nos permite avanzar en la construcción de un Chile que quepan todas las divergencias que cohabitamos en esta larga franja de tierra.
Pero, así como es necesario reconocer lo hechos positivos dentro de la Convención, lo ocurrido con la “funa” realizada en las redes sociales a Fernando Atria ha sido con largueza lo negativo de la semana. Lo que es más delicado es que esta funa comenzó desde la misma Convención por parte de constituyentes que lo acusaban de “traición al pueblo” por el solo hecho de pensar distinto ante su postura en contra al cambio de los dos tercios.
Más allá la postura legal acerca que tal quórum ya quedó regulado en el Acuerdo que dio origen a este proceso constitucional, lo cierto es que incluso política y convencionalmente tampoco es aconsejable.
Digo política porque tal como nuestro electorado lo resolvió, ningún grupo elegido alcanzó el quórum del tercio para bloquear, por lo que resulta innecesario esta discusión ante la certeza que el sector que quería mantener el estatus quo ya no constituye un riesgo. Y convencional porque el espíritu que debe primar es un esfuerzo colectivo que obligue a lograr acuerdos y eso pasa por conversar, empatizar y buscar salidas comunes que hagan del resultado constitucional un proyecto lo más representativo posible.
El pueblo ya entregó con una claridad irrefutable su confianza a los convencionales, ahora corresponde cumplir el mandato dado.
La “solución” de los plebiscitos consultivos que se proponía como salida ante el evento de no alcanzar en algún articulado la mayoría de los dos tercios, tiene un problema en espíritu y en lo práctico. En espíritu porque tal salida resta reales esfuerzos para lograr acuerdos radicalizando las posturas ante la amenaza constante de una consulta plebiscitaria.
Algo de esto ocurrió con nuestros vecinos bolivianos al redactar su Constitución lo que polarizó la discusión sin dar espacio a los acercamientos. Y también práctica, porque el plazo que cuenta la Convención es acotado (9 meses prorrogable por 3 meses más), y cualquier consulta plebiscitaria requiere tiempo en su preparación e implementación para que sea realmente representativa … la peor solución sería cansar a la población con plebiscitos reiterados cuyo resultado sea una participación minoritaria.
Sin embargo, más allá de las explicaciones argumentales, dentro de la Convención, y ojalá en la ciudadanía que seguimos muy esperanzados este extraordinario momento histórico, debe primar el respeto a las opiniones y las maneras de pensar, no porque las mismas nos representen sino solo por el derecho a decirlas y expresarlas. Aun cuando en este caso comparto el razonamiento de Atria, existirán posturas y comportamientos de vidas muy alejadas a mi sentir, como las del convencional de la UDI Jorge Arancibia, pero es el cuidado al derecho de expresión lo que debe primar en la Convención por el solo hecho de ser eso, un derecho humano básico.
“No estoy de acuerdo con lo que dice, pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo” manifestaba Voltaire, notable intelectual francés del siglo XVIII, y es precisamente este preciado valor fundamental el que debemos cuidar, agregando al derecho de decirlo una simple palabra que no altera en nada el fondo pero siempre tan necesaria en sus formas: el respeto.