“Maldita tecnología, en mis tiempos no se veían estas cosas. Uno tenía pasatiempos más sanos. Los niños no deben tener acceso a celulares ni a estas aplicaciones”, comentaba una persona en twitter luego de conocerse el caso de una niña de 11 años en Concepción, quien resultó con graves quemaduras luego de intentar realizar un desafío de TikTok. Un caso que no es nuevo ni mucho menos aislado. Una adolescente de Portland, Estados Unidos, sufrió quemaduras de tercer grado después de intentar copiar un video que vio en esta popular aplicación.
Los retos virales en redes sociales son, por estos días, uno de los mayores peligros en internet para niños, niñas y adolescentes. Básicamente, porque la proliferación de sitios web y aplicaciones corre a un ritmo mucho mayor de lo que podríamos controlar. “La ballena azul” “Momo”, “El juego de la asfixia”, son solo algunas de las pruebas que se presentaron alguna vez como atractivos e inofensivos desafíos para sus usuarios, pero que terminaron algunas veces, en lamentables hechos de muerte.
¿Habría que restringir el uso de estas aplicaciones para menores de edad o derechamente prohibir el acceso a internet a menores?
Difícil pregunta. Más si se toma en cuenta que hemos sido nosotros, los adultos, quienes hemos forzando el uso de tablets, computadores y acceso a internet en los meses de confinamiento y clases online producto de la pandemia. Niños y niñas se vieron obligados a aprender a conectarse por sí solos (en muchos casos) y a navegar en plataformas nunca antes vistas. Introdujimos de golpe la tecnología en sus procesos de aprendizaje, como nunca lo hubiésemos imaginado.
Respondo esta complicada interrogante con otra pregunta: ¿cuándo el hecho de prohibir algo, se ha traducido en que dejemos de hacerlo? Si fuese así de simple, nuestras autoridades podrían, por ejemplo, terminar con los portonazos con tan solo prohibirlos. Pero no es tan sencillo. Esto no se soluciona al prohibir. Se necesita educar más y mejor. No se trata de que los jóvenes eliminen las pantallas de sus vidas, sino que mantengan una dieta digital equilibrada que no les limite la actividad física ni la interacción con sus compañeros, amigos o familia. Nuestra tarea es enseñarles a que aprendan a gestionar sanamente su interacción en las redes sociales, pero sobre todo, que desarrollen habilidades sociales para que puedan resolver problemas y relacionarse sanamente con otros en contextos reales, es decir, en “vivo y en directo”.
Para una generación sumergida en el mundo tecnológico, es comprensible que su vida social esté definida por las pantallas, puesto que para ellos representa (aunque pueda parecer contradictorio) un espacio de integración por excelencia, de reconocimiento y pertenencia. Tanto así que cuando no cuentan con un dispositivo para conectarse, es normal verlos con altos niveles de ansiedad por miedo a la exclusión.
Urge afianzar la alianza familia- escuela. Padres y educadores necesitan construir un marco de referencia para guiar, orientar y educar a sus hijos y estudiantes en este mundo cada vez más cambiante, cuya inestabilidad e incertidumbre fomenta inseguridad y miedo en nuestros niños, niñas y adolescentes. Nuestra labor debe ser hacerles ver que la felicidad no se mide por la cantidad de “likes” que reciben, ni mucho menos por la cantidad de grupos en los que interactúan. O que la felicidad se comparte con amigos de verdad y no con seguidores que ni conocemos.
Así como se transformó en el vehículo que hizo posible seguir educando a miles de estudiantes, la tecnología es un medio y, como tal, una tremenda oportunidad. Si de verdad queremos que nuestros hijos y estudiantes se desconecten un rato, habrá que estar dispuestos a ofrecerles algo distinto. Quizás este es el momento para conectarse con ellos en serio, aunque cueste y no sepamos muy bien cómo hacerlo.
Ese debe ser nuestro propio reto, uno que -claramente- no estará en TikTok.