Hace tiempo que las Olimpíadas dejaron de llamarme la atención y la razón está dada por lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo con no pocos de los atletas participantes. Desde hace ya un buen tiempo venimos observando que las olimpíadas han dejado de ser una competencia amateur dentro de límites humanos. Hace rato que dejó de ser amateur por su extremo nivel de exigencia para aspirar a obtener alguna presea, y en el que no pocos países aspiran obtener réditos políticos.
Ya no disfruto viendo cómo los atletas de élites se desfiguran por levantar más y más pesos; ya no disfruto con los clavados, los saltos mortales, ni los récords que se baten. No los disfruto porque tras cada triunfo o récord hay algo más que esfuerzo, perseverancia, voluntad, disciplina. Hay millones de dólares, hay negocios, hay drogas, hay exigencias que están destruyendo, distorsionando vidas, mientras millones de televidentes a lo largo del mundo observan en pantalla el espectáculo de los milagros deportivos que nada tienen de milagros. Ya no es deporte. Es masoquismo.
Simone Biles destapó la olla, una olla que hace rato está hirviendo. Ya había antecedentes de que no todo es tan hermoso como lo pintan. En las olimpíadas de 2016, quien en natación había batido récords tras récords, Michael Phelps, dio cuenta de la lucha que ha debido enfrentar contra la depresión y el suicidio. Basquetbolistas de excepción también han dado cuenta de problemas emocionales. Y la tenista japonesa Naomi Osaka, quien llevó la antorcha al inaugurarse los juegos olímpicos ha sacado a luz su batalla contra la ansiedad.
La gimnasta estrella de EEUU en las olimpíadas anteriores, la pequeña Simone Biles destapó la olla al retirarse de la competencia en equipo. No aguantó más. Dijo: hasta acá llego por salud mental. Al hacerlo nos recuerda su vulnerabilidad, al igual que la de todos nosotros, y con ello se hace un gran favor a sí misma, al igual que a todos nosotros. Su retiro demuestra que no es una superwoman, que se le estaba exigiendo más y más sin parar, sin respeto por ella misma. Por respeto a sí misma dijo: ¡basta, soy humana, por salud mental me retiro! No hay derecho a exigencias sobrehumanas, ni de las familias, ni de los cuerpos técnicos, ni de los países que representan.
No debe haber sido fácil para Simone Biles abrirse para tomar la decisión gatillada por la presión que los deportistas de primera línea deben soportar, ni el estrés que deben vivir y el agotamiento que involucra un entrenamiento de una intensidad difícil de calibrar. Esa no es vida. Nadie tiene derecho a aguantar lo que ha aguantado Simone y tantos otros deportistas de excepción viven en silencio para no defraudar expectativas.
En síntesis, no todo lo que brilla es oro.