Los chilenos estamos divididos en dos grandes partidos. No son políticos, son dos visiones opuestas acerca de la manera de enfrentar el Covid-19, cuando empiezan a abrirse las puertas de la normalidad.
Se avanza: se abren -tímidamente- las fronteras, se anuncia la apertura de colegios y empieza a reactivarse la economía. Aunque no ha terminado la era del “delivery” (lo que conocíamos como “reparto a domicilio”), las oficinas, las empresas grandes y pequeñas pueden recibir trabajadores y reiniciar de nuevo sus faenas.
Este alentador panorama choca con sombrías perspectivas. La principal, es la presencia de variante Delta. Las noticias desde Europa y Asia remueven temores ancestrales.
Eso nos divide.
No sabíamos nada de esto cuando llegó el Covid-19. Desde entonces -incluyendo por cierto a los periodistas- hemos tenido un duro aprendizaje.
El análisis del trabajo informativo en los meses de pandemia es extremadamente complejo, pero debe abordarse. Es indispensable hacerlo si se considera el papel vital de la comunicación en la vida democrática. Un periodismo debilitado, que tiene dificultades para hacer correctamente la cobertura de la pandemia y que sufre un grave deterioro económico, genera una preocupación válida para toda la sociedad.
La del Covid-19, de 2020, no es la única pandemia que ha azotado a la humanidad. Pero ha estado marcada por diversos aspectos nuevos empezando por la inusitada rapidez con que se propagó, No podía ser de otro modo cuando todo el planeta está unido físicamente (con aviones, trenes de alta velocidad y cruceros) y se han popularizado tecnologías de comunicación sin precedentes.
Como sabemos por experiencia propia, gracias a Internet y las “redes sociales”, cada uno de nosotros puede conectarse con cualquier habitante de cualquier continente en forma instantánea. A este fenómeno hay que agregar que las falsedades y acusaciones injustificadas que han acompañado históricamente a las pandemias, ahora se multiplican al alero de las nuevas herramientas cibernéticas.
La Unesco advirtió que “la gran cantidad de falsedades crea confusión acerca de la información seria. Ello tiene un impacto inmediato en cada persona”. Y, por cierto, en toda la comunidad.
Las noticias falsas, son, sin duda, uno de los mayores problemas que ha debido enfrentar el periodismo en estas circunstancias. Pero no son las únicas. El Consejo de Ética de los medios mostró el año pasado algunas deficiencias: confusiones, exceso de protagonismo, poco cuidado de la pertinencia de las fuentes y, en ocasiones, nulo respeto por la dignidad de las víctimas.
En una presentación en la Academia Chilena de la Lengua, (se puede ver en https://youtu.be/ruq5KChyFIA ) tuve oportunidad de anotar falencias de los medios y de los periodistas. Su efecto en el público se agrava por algunas opiniones irresponsables en las redes sociales: exageraciones, alarmismo o, simplemente, falsedades.
Ha habido, y conviene no olvidarlo, notables ejemplos de esfuerzo y rigor entre los reporteros y los medios de comunicación.
No es todo. Tampoco han faltado los errores de las propias autoridades.
Todavía no tenemos la respuesta definitiva al desafío de la pandemia. A la hora del balance, sin embargo, creo que, en lo que concierne al periodismo y la entrega de información necesaria, ha sido mayor el servicio que el perjuicio.