Mucho se ha discutido esta semana acerca de la violencia acaecida el último 18 de octubre. Se repite como mantra que hay que condenar la violencia con acusaciones destempladas a quienes no lo hacen. Ni hablar de las culpas del gobierno tanto por lo que no hace en control del orden público o lo que hace mal y abusivamente al intentar controlarlo. Pero lo cierto es que sorprende el reduccionismo de la discusión pública que limita todo a la violencia.
No hay duda de que la violencia como acción política es condenable, pero quedarnos en la condena sin separar lo violento de lo que no lo es, no nos permite comprender la dimensión del problema.
El estallido social merece un análisis mayor, no todo fue violencia ese 18 de octubre de 2019. Esa semana partió un lunes cuando los escolares evadían el pago del Metro, lo que se repitió los días siguientes hasta llegar al viernes 18. En un principio hubo críticas e incredulidad traducidas a la condena a los desórdenes y destrucciones, sin embargo, la tarde de ese viernes había algo más que solo la violencia de esos días.
Al caminar por el centro de Santiago fue posible constatar como espontáneamente miles de personas comenzaron a protestar con caceroleos en los balcones de edificios, otros sacaron las ollas a las veredas de sus casas y contagiados por el entusiasmo ciudadano prontamente se fueron sumando cuadras, barrios, comunas, casi la capital completa hasta finalmente la mayoría del país, todos haciendo ruido con lo que pillaron a mano para protestar y manifestar bajo un solo lema: ¡basta de abusos!
Muchos comprendimos ahí la dimensión de lo que teníamos al frente, sin embargo, tal masiva, pacífica y espontanea simbiosis colectiva fue silenciada por la otra protesta, la violenta, la que nadie quiere ver, la más impactante ante los ojos de la inmediatez noticiosa.
La reflexión del 18 de octubre de 2019 no se entiende solo con los violentistas, condenable, por cierto, sin separarla de lo que fue la otra protesta, la pacífica y extraordinariamente más masiva. Menos llamativa pero muy necesaria para una comprensión sociológica de porqué actualmente estamos en crisis.
Las señales violentistas venían de antes del 18 de octubre. Basta con recordar los saqueos en el terremoto del año 2010 junto a las innumerables marchas los años previos al estallido que comenzaban como manifestaciones pacíficas para terminar con los mismos pequeños grupos anti-sistemas, todos vestidos de negro arrasando con todo a su paso.
Nuestro problema de la violencia es bastante más estructural y es ridículo pretender que la simple condena será una solución sin abordarla en sus orígenes y en su fondo.
La campaña electoral y la inmediatez del resultado político no permiten comprender que la única solución posible es un acuerdo transversal que posibilite adelantarnos preventivamente. Se debe salvar a los niños del “atractivo” de la delincuencia y droga como respuesta fácil al ahogo infantil o juvenil que genera el abandono, la violencia intrafamiliar o la falta de oportunidades.
Para eso es el Estado con las organizaciones sociales quienes deben llegar antes que las bandas criminales con programas de inserción escolar, deportiva, cultural, recreacional que muestren otras puertas. Lamentablemente tales programas requieren largo tiempo y financiamiento, precisamente lo que la política electoral cortoplacista menos tiene. Razón más para comprender la urgente necesidad de lograr un pacto nacional.
Nos piden que todos condenemos la violencia, pero ¿no es acaso también violento glorificar la misma como la causa reduccionista de todos los males? “Una Constitución hermanada de la violencia no tiene destino”, dijo Marcela Cubillos … esta antojadiza afirmación también es violencia porque significa ignorar el dolor de tantos y tantas que pacíficamente se sometieron a una solución institucional bajo la esperanza que ahora sí serán visibilizados y escuchados.
Si la violencia no es el camino para ser escuchado, resulta también incomprensible que la mayoría de los convencionales de ChileVamos se hayan retirado sin escuchar los discursos de apertura de la Convención… es el dolor de Chile el que clama, siendo inentendible tal apatía … si no quieren escuchar el condenable llamado de la violencia, es entonces un deber moral atender el grito pacífico de quienes quieren ser oídos en lo que han callado durante años.
Chile necesita conmoverse desnudando su alma bajo un abrazo empático, comprender su dolor silenciado que ahora encuentra un espacio para la emoción y el acogimiento mediante la conversación sincera, franca y esperanzadora.
Condenablemente violento sería ignorar, una vez más, este llamado que se abre camino desde el olvido cómplice.