Recientemente se ha propuesto y aprobado la necesidad de restaurar el voto obligatorio. La razón por la cual se aspira restaurar la obligatoriedad del voto reside en la alta abstención que se ha estado registrando en las elecciones últimas elecciones. Abstención que alcanzó su broche de oro en la última elección, la segunda vuelta de gobernadores, la que bordeó el 80%. Esto es, 4 de cada 5 ciudadanos no votó. Como para alarmarse, y no es para menos.
Otra razón que se esgrime reside en que junto con un derecho, votar también constituye un deber que como ciudadanos estamos llamados a ejercer como expresión de nuestra pertenencia a un colectivo, y de participar en la sociedad.
Es importante recordar que hasta no hace mucho, el voto era obligatorio, y la inscripción voluntaria. Esto se revirtió, convirtiendo la inscripción en automática, pero el voto obligatorio. Esto es, quien no se inscribía, no votaba, pero quien se inscribía, estaba obligado a votar.
Recordemos que en tiempos del innombrable se suprimieron los registros electorales, y solo para el plebiscito del 88 se instauraron, razón por la cual se hizo un llamado a inscribirse, particularmente por parte de la oposición de entonces. Dicha oposición, conformada esencialmente por la Democracia Cristiana, el Partido Socialista, el Partido Radical y el Partido por la Democracia, lo vio como una oportunidad de parar la pretensión del innombrable por perpetuarse. Para ello invitó a la ciudadanía a inscribirse para derrotarlo mediante el voto. Dado que se vivía un tiempo épico, de dejar atrás al innombrable, el llamado a inscribirse fue escuchado.
El entusiasmo de entonces, se fue perdiendo. El padrón electoral se fue envejeciendo porque las generaciones más jóvenes no se inscribían. La obligatoriedad del voto impedía que la abstención se elevara en demasía, dado que no votar era castigado con una pena de multa.
Lentamente, no obstante lo expuesto, la abstención fue creciendo lentamente. Las nuevas generaciones no se inscribían y el temor a las multas se desvanecía porque ellas no se hacían efectivas. Todo esto como consecuencia de una progresiva despolitización ciudadana y donde cada uno tiende a rascarse con sus propias uñas, percibiendo una suerte de inutilidad de la política, la cual se encontraba, cada vez más, subordinada a la economía. Se popularizó la expresión: el voto no me cambiará la vida, tengo que seguir trabajando.
En este contexto se llega a la situación actual, donde no se haya nada mejor que restaurar la obligatoriedad del voto, pero sin modificar la inscripción automática. Esto me hace recordar el chiste del sofá de Otto. Se quiere forzar el voto, sin reflexionar respecto de las causas de la creciente abstención ni las razones por las cuales se instauró el voto voluntario.
No creo que la alta abstención se resuelva por esta vía. No me imagino al gobierno, cualquiera sea su signo, sancionando a quienes no voten; sí imagino que tras cada elección surjan iniciativas conducentes a indultar a quienes se resistieron a votar. La solución creo que pasa por mejorar la oferta política, por fertilizar la política en vez de esterilizarla. Pero parece que fuera mucho pedir. Me cuesta creer que esto se logre mediante el voto obligatorio que se quiere instituir. Ojalá me equivoque.