En celebraciones tan nuestras como son las fiestas patrias sumado al histórico momento que atravesamos como país al regalarnos la oportunidad de sentarnos a conversar y soñar el Chile del futuro, vale la pena recordar el origen histórico del 18 se septiembre como “cumpleaños de Chile”, rito de fondas y unión patriótica.
Originalmente, hasta el año 1823, las fechas de celebraciones eran tres: 12 de febrero, 5 de abril, y el 18 de septiembre. La primera correspondía a la proclamación de independencia, la segunda a la batalla de Maipú como hito decisivo para la independencia de Chile, y la tercera, la del 18, a la conformación de nuestra primera junta de gobierno.
Curiosamente fue esta última la que permaneció en el tiempo como gesta de celebración independentista, a pesar que la creación de la misma no perseguía la independencia de Chile sino mantener la soberanía del rey de España Femando VII en el Reino de Chile ante la usurpación de su trono por el hermano de Napoleón: José Bonaparte (“Pepe Botella”).
Ramón Freire como director Supremo, abolió la conmemoración del 5 de abril y se dejaron como festividades cívicas oficiales al 12 de febrero y el 18 de septiembre. La razón de tal eliminación fue instaurar una idea de progreso que se contraponía a la gran cantidad de feriados de la época sumado a la cercanía de tal fecha con la semana santa.
Posteriormente, en 1837 se redujo la celebración del 12 de febrero a una salva de veintiún cañonazos en las plazas y pueblos donde hubiere artillería. La razón fue tanto económica como política. Económica por su alto costo ya que el Estado a través del municipio no solo estaba encargada de preparar una función de fuegos en la plaza, sino que también debía cubrir banquetes, orquestas, bailes preparados para la ocasión, remodelaciones de los espacios públicos, diversos adornos, tablados, gastos en la función religiosa, e iluminaciones en varias zonas de la ciudad. Y política porque se asociaba esta fecha a Bernardo O’Higgins, y lo que se pretendía por la oposición de la época era que las celebraciones patrióticas no sean un hecho de glorificación personal.
Quedó finalmente el 18 de septiembre como única fecha de celebración que por palabras del historiador Cristián Guerrero Lira “incluso el mismo O’Higgins la calificaba como la del inicio de la revolución”.
Vale la pena recordar algo de nuestra historia para volver al presente con la noticia que se entonara el himno nacional dentro de la Convención. No debiera ser noticia salvo por un pequeño hecho que generó confusión: las pifias al himno en la instalación de la Convención. Unos criticaron el hecho sin escuchar razones, y otros lo explicaban no como un desagravio a nuestro himno patrio sino a su oportunidad, esto es, al intentar forzar el inicio de la ceremonia de instalación mientras en los exteriores no cejaban los desórdenes públicos y el uso de la fuerza pública para reprimirlos. Lo cierto que finalmente todas las dudas fueron despejas esta semana, ya que los y las convencionales, sin excepción, cantaron el himno de Chile en la víspera de nuestras fiestas patrias.
Ojalá que un acto patriótico tan natural deje de ser noticia.
Aprovechando este episodio, permítanme un pequeño sueño para terminar esta columna: como lo he expresado en tantos escritos anteriores, creo firmemente en este proceso convencional como una posibilidad histórica de reencuentro entre los chilenos y las naciones que habitan nuestro Chile, donde las trincheras políticas den paso la conversación para generar los mínimos comunes de nuestra futura nación, y en especial, nos den la oportunidad real de poner fin y para siempre a la violencia de la macrozona.
En esa paz que espero se logre la que me permite soñar, por qué no, entonando juntos cuando termine la Convención, una de las cinco estrofas olvidades del himno creado por Eusebio Lillo: “Con su sangre el altivo araucano nos legó, por herencia, el valor; y no tiembla la espada en la mano defendiendo, de Chile, el honor”.