Cuesta creer que pueda pasar a mayores, pero no se puede descartar. Basta un chispazo para que se desencadene una guerra cuando se está en tierra abonada, minada. Al menor traspié, se gatilla. Hoy el epicentro está en Ucrania, así como ayer lo estuvo en Bielorrusia y Kazajistán que fueron parte de la URSS, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
La que se desintegró sin disparar ni un tiro. El férreo control que ejercía el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) se deshizo cual castillo de naipes. Los comunistas que estaban en el poder, de la noche a la mañana, se cambiaron de camisa, y se privatizaron para sí mismos empresas públicas sin el más mínimo pudor. siguiendo el modelo privatizador pinochetista chileno donde altos funcionarios públicos, entre los que destacan Julio Ponce Lerou y José Yuraszeck, pasaron a ser poderosos nuevos empresarios.
Cuando, en los primeros tiempos de la transición hacia la democracia se quiso investigar por parte de la Cámara de Diputados, con Jorge Schaulsohn a la cabeza respecto de los turbios traspasos de empresas públicas a los privados, se dio vuelta la página a nombre de los intereses del Estado. Bastó un apriete del innombrable en su calidad de comandante en jefe del Ejército, para que todo se escondiera bajo la alfombra.
Bueno, pero no nos vayamos por las ramas. Estábamos en el tema de Ucrania a cuya frontera han acudido más de 100 mil soldados rusos. Tropas enviadas desde Moscú por orden de Putín, quien fue alto personero de la KGB, exjerarca comunista, hoy reconvertido, pero que sueña con reverdecer viejos laureles: una Rusia poderosa rodeada de una suerte de cinturón de seguridad constituida por los países que fueron parte de la URSS colindantes con países de la Unión Europea (UE).
Es claro que a Putin no le causa ninguna gracia que tales países que pertenecieron a la URSS se estén acercando a la UE, y menos aún a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Hasta el día de hoy a Putin le pesa la desaparición de la URSS, y de hecho la califica como una de las mayores tragedias del siglo pasado. No solo no le causa gracia alguna, sino que le resulta insoportable. No olvidemos que en 2014, en un dos por tres, Rusia se anexó la península de Crimea que pertenecía a Ucrania sin que la Unión Europea y EEUU reaccionaran más allá de reclamar para la galería pero nada más.
Rusia no está dispuesto a perder lo que fue su área de influencia y que de alguna manera sigue siéndolo.
Importa destacar que en Ucrania y en todos esos países colindantes con la URSS y la UE, suelen existir tres grupos políticos claramente diferenciados: los prorusos, los proeuropeos, y los nacionalistas, que por lo general son de ultraderecha. Sus nombres lo dicen todo. Rusia se resiste a abandonar su rol imperial, de potencia mundial.
La UE juega con fuego si aspira extender sus fronteras hasta llegar a Rusia acogiendo a los países que estuvieron bajo la égida de la URSS. Y más aún si con ello las tropas de la OTAN pudiesen llegar a las fronteras mismas de Rusia.
Nos guste o no, esto no es admisible para los rusos. En consecuencia, lo más sano, para distender el ambiente y evitar choques casuales o provocados, que estalle la chispa que gatille una guerra, es alcanzar algún acuerdo por el cual tanto la UE como Rusia renuncien a extenderse más allá de sus fronteras actuales y que los países que están entre ambos puedan desarrollarse manteniendo lazos con ambos. No escapará al lector que el petróleo y el gas en los subsuelos de dichos países están tras el apetito de la UE y Rusia.
Rodolfo Schmal S.