“El vaso está medio lleno” proviene de un refrán relacionado a ver un vaso “medio lleno” o “medio vacío” con la misma cantidad de agua. Quien ve el vaso medio lleno está recibiendo, agradecidamente, lo que tiene; el que lo ve medio vacío percibe, con mayor intensidad, su carencia.
A pesar de que aún no hemos logrado como país una respuesta satisfactoria a los reclamos ciudadanos crudamente visualizados en el estallido social, algo hemos avanzado en la comprensión de la necesidad de cambios y en el consenso político de alguno de ellos.
Remontándonos al “Acuerdo por la paz y una nueva Constitución” del 15 de noviembre de 2019, si bien concurrieron casi todas las fuerzas políticas, las razones que llevaron a unos y otros a firmar fueron disímiles. La mayoría lo hacía en un genuino convencimiento democrático por el que venían luchando por años, mientras otros más por la presión callejera y el riesgo a la seguridad o estabilidad institucional. El tibio apoyo de estos últimos fue posible constatarlo incluso en los inicios de la convención constitucional con varios escépticos a la real necesidad de una nueva carta magna y otros haciendo lo imposible por entorpecer o incluso bloquear a la convención. Sin embargo, después de todo lo sucedido, polarización política y plebiscito de salida mediante, ya son pocos quienes cuestionan la real pertinencia de una nueva Constitución, lo que abre las esperanzas para al fin lograr el cambio constitucional, aún cuando el futuro texto no responda fielmente a quienes han bregado por cambios más estructurales.
La paridad de género también cuenta con un consenso transversal que nos permita posicionarnos como el primer país en el mundo en consagrarlo dentro de la propia constitución. Los menos aún no logran comprender que los resabios de una visión masculina aún están muy arraigados en nuestra convivencia y la única oportunidad para lograr una paridad efectiva es construir una institucionalidad con una real cabida al espacio femenino. No hacerlo resultaría incomprensible cuando en número representan el 50% de la sociedad, es decir, es un derecho por el solo hecho de ser mujer que merece ser respetado.
El Estado social y democrático de derechos también ha sido un avance que genera consenso. Se ha logrado una mirada más social del país que soñamos en el que el Estado debe tener un liderazgo preponderante. Solo algunos insisten en la mirada privatista con preeminencia del mercado tan propia del Estado subsidiario de la actual Constitución, sin embargo, el “Acuerdo por Chile” confirma que el convencimiento de una nueva forma de Estado ha permeado incluso en las fuerzas conservadoras del país, lo que es una gran noticia.
La necesidad de acuerdos, esto es, que la clase política haga su “pega”, también dio sus frutos. No todos estamos conformes con cada uno de los puntos del “Acuerdo por Chile” pero es valorable el respeto dado al momento constituyente y que fuese el resultado de una reunión de voluntades transversales. Más allá del sin número de razones que derivaron en el rechazo constitucional, lo cierto parece ser que nuestra ciudadanía celebra y apoya con su voto cuando las decisiones de Estado son la consecuencia de amplios acuerdos políticos.
El convencimiento de más democracia, no menos, para resolver nuestros conflictos, es por lejos también una gran enseñanza grabada a fuego en nuestra sociedad. Comprender y respetar un duro revés electoral como fue para tantos y tantas la derrota del plebiscito de salida, ha sido una muestra más de la fuerza de nuestra democracia y lo arraigado de esta en el sentir transversal ciudadano.
Sin embargo, esta mirada más benigna del año que quedó atrás no puede nublarnos sobre el hecho irrefutable que lo reclamado en las calles aún no ha sido solucionado, solo se ha creado conciencia, lo cual no es suficiente.
Si bien hay un desgaste ciudadano que hace poco posible un nuevo estallido, la demora en afrontar o abordar con soluciones reales los derechos sociales más sentidos de la población solo alimenta la apatía hacia la política y todo lo que ella representa, lo que constituye el mayor riesgo para nuestra democracia. Ya lo estamos viendo de manera aún incipiente, pero en crecimiento, incubándose un populismo plasmado en movimientos volubles como “el partido de la gente” con líderes que responden más a las veleidades de peligrosos caudillos de turno.
La gran fortaleza de nuestro país ha sido, salvo constadas excepciones dictatoriales, haber creído y confiado a la política, sus partidos y a los políticos la búsqueda de solución y progreso social, por lo que apartarnos de este camino solo abre las puertas al voluntarismo de cualquier pernicioso discurso encantador.
Entendámoslo bien, no hay sociedad que se aprecie de tal sin partidos políticos, la base de cualquier democracia seria y robusta.
En fin, el año 2022 fue de encuentros y muchos desencuentros, sin embargo, queda el optimismo del “vaso medio lleno” para seguir bregando por un país mejor. Que el año 2023 sea entonces un año de renovadas nuevas esperanzas para dar debida respuesta a quienes aún siguen esperando.
Saludos
José Ignacio Cárdenas Gebauer
Abogado autor de libros como “El Jaguar Ahogándose en el Oasis” y “La Trampa de la Democracia”
Instagram jignaciocardenasg