La profunda herida que divide a los Estados Unidos no la creó Donald Trump. Lo que hizo fue exacerbar al límite los sentimientos de millones de norteamericanos. Su paso por la Casa Blanca terminó de la peor manera posible. Aunque conserva un buen número de adherentes fanáticos, perdió cualquier apoyo significativo.
Aunque en teoría es un militante republicano, nunca fue un modelo de disciplina. Durante cuatro años aprovechó sin escrúpulos las peores posibilidades de las redes sociales: mintió, exageró e insultó a quien quiso, incluyendo en la crisis final a muchos de sus partidarios.
En las elecciones de noviembre obtuvo 74.223.251 votos, siete millones menos que su contendor demócrata Joseph Biden por quien sufragaron 81.281.888 electores. Nunca, sin embargo, reconoció su derrota.
El martes 19, en sus últimas horas como Presidente, se despidió con el desparpajo de un triunfador: Me presento ante ustedes orgulloso de verdad de lo que hemos conseguido juntos. Hemos hecho lo que vinimos a hacer y mucho más. Al día siguiente, al abordar por última vez el avión presidencial, reiteró el mismo mensaje: “Siempre lucharé por ustedes. Estaré viendo. Estaré escuchando Y les digo que el futuro de este país nunca ha sido mejor. Le deseo a la nueva administración mucha suerte y mucho éxito… Tienen la base para hacer algo realmente espectacular”.
Era imposible que eclipsara ese día a su sucesor, pero no trepidó en el autoelogio. Todo eso hace más difícil la tarea para Biden.
Su estrategia ha sido plantear lo mismo que dijo Abraham Lincoln en 1858, cuando fue designado candidato al senado. Para explicar su rechazo a los secesionistas citó una conocida frase del evangelio: “Una casa dividida contra sí misma no puede sostenerse. Creo que este gobierno no puede soportar, de forma permanente, (ser) la mitad esclavo y la mitad libre. No espero que la Unión se disuelva. No espero que la casa caiga. Espero que deje de estar dividida”.
Esta es ciertamente la esperanza de Biden. Para subrayarlo, al anochecer del martes 19, junto a Kamala Harris, en un bello y emotivo escenario al pie del monumento a Lincoln, rindió homenaje a los 400 mil muertos que ha cobrado la pandemia en Estados Unidos. Y al día siguiente, inmediatamente después del juramento, firmó sus primeras órdenes ejecutivas iniciando el proceso de reconstrucción.
En su discurso inicial insistió en la necesidad de curar el alma del futuro del país, pero hizo ver que conseguirlo requiere de mucho más que palabras… Requiere la más esquiva de todas las cosas en democracia: unidad. Y subrayó: Este es el día de Estados Unidos… Es el día de la democracia. Un día para la historia y la esperanza.
Este comienzo lo resumió con realismo la revista Time: “Es posible que Joe Biden nunca unifique (plenamente) a Estados Unidos. Puede que eso ni siquiera sea posible en una nación tan dividida por la desinformación y el engaño. Pero si puede lograr que los estadounidenses que no están de acuerdo en todo lo demás estén de acuerdo con el proceso democrático; si puede ayudar a restaurar el debate político al reino de la verdad; si puede ofrecer suficientes soluciones para restaurar una pequeña fe en el gobierno, eso sería un comienzo. La nación todavía no estará (completamente) unida, pero podría -por lo menos- estar lo suficiente”.