Son varios los factores por los cuales a la gente normal le costará decidir por quién votar. Un factor está dado por los candidatos que hay en carrera. Son tres elecciones en algunas regiones –para elegir presidente, diputados y consejeros regionales-, mientras que en otras son cuatro, dado que además deberá votarse por senadores. Ojalá esta dificultad fuera por la cantidad de buenos candidatos en carrera. Desgraciadamente es por todo lo contrario, dado que escasean, ralean, si es que existen.
Un segundo factor reside en el desprestigio de la política, que está en mínimos, desprestigio que atraviesa no solo a ella, sino que a prácticamente a toda la sociedad, alcanzando a una amplia variedad de ámbitos dirigenciales. No solo la política está por los suelos, también lo está la dirigencia religiosa, deportiva, militar y empresarial. La codicia pasa la cuenta. Qué se le puede pedir a la gente común y corriente cuando observa atónita como diariamente se suceden los escándalos financieros al más alto nivel en los más diversos ámbitos como consecuencia de ambiciones desmedidas sin que se les ponga atajo ni sus responsables paguen las consecuencias. La frase “caiga quien caiga” que de cuando se deja caer desde las más altas esferas, no es más que una frase para el bronce destinadas a la galería sin mayores consecuencias.
Un tercer factor estriba en que a una gran cantidad de candidatos tan solo parecen conocerlos en su casa, sin mayores antecedentes y que aparecen de la noche a la mañana. Para confirmar lo que sostengo le agradecería recorrer la lista de candidatos a diputados que habrá en su distrito al igual que la de consejeros regionales en su region. Procure identificar a quienes conoce y me temo que cuando mucho logre identificar a un 10% de ellos. El resto son absolutos desconocidos de quienes nada sabe, a lo más conocerá sus rostros gracias a las palomas colocadas en calles, esquinas, plazas y casas. A ello agregue la ausencia de propuestas serias, razonadas, plausibles y factibles por parte del grueso de los candidatos, por no decir todos. Lo que se ha visto a lo largo de la campaña son frases hechas, vacías, sin contenido, que no dicen absolutamente nada.
Por último, está el hecho de que los candidatos no tienen u ocultan su filiación política, lo que agrava lo expuesto en los párrafos anteriores. Que no tengan filiación política es señal de que en cualquier momento pueden salir con su domingo siete. En la práctica todos sabemos que cada uno tiene su corazoncito, su pensamiento en alguna dirección. La independencia total nadie la tiene, todos somos dependientes, tenemos algún cuerpo de ideas, afines a una u otra corriente de pensamiento. De lo contrario, significaría que no tenemos pensamiento base alguno. Cada uno es hijo de su vivencia o experiencia, de la formación recibida, de sus consecuencias.
Personalmente no me fío de quienes no se identifican con ninguna corriente. Tampoco me fío de quienes ocultan su domicilio politico, por cuanto estimo que todo candidato que milita en un partido debe estar orgulloso de ello y proclamarlo a viva voz. De la publicidad política que por estos días inunda al país, me cuesta ver o escuchar algún candidato que se identifique como candidato de uno u otro partido.
El panorama expuesto invita a no votar o votar en blanco o nulo. Lo que no es buena opción porque implica dejarle la cancha a las candidaturas extremas, las que juegan al todo o nada, yo o el caos, dado que sus fanáticos adherentes es seguro que votarán. En tal sentido, para hacerles frente será necesario concurrir a las urnas con miras a posibilitar que primen visiones integradoras capaces de conciliar los cambios indispensables que el país demanda bajo un marco de paz. En síntesis, el resultado final dependerá de quienes y cuántos votarán.
De lo escrito se desprendería que las perspectivas no parecen ser buenas, pero la esperanza es lo último que se pierde.