De regreso a casa, por la tarde, solo, fatigado y con ansias de llegar, conduzco mi automóvil por la 11 Oriente en Talca. Al llegar a 1 Norte, doblo hacia la derecha, por la calle del hospital. Al virar, un varón moreno gesticula preocupado y alarma sobre un daño en la rueda delantera del copiloto. Su rostro es de inquietud por lo que me ocurre… Me hace señas y mira la rueda. Me anima a cunetear en la vereda norte y por el vidrio, me dice amable: “¡cuidado, señor!, tiene algo grave en la rueda. Soy mecánico y puedo ayudarlo. El hombre de unos 30 años, es de buena presencia y hablar correcto, con timbre foráneo.
Estoy confundido y extrañado, porque no sentí ruido alguno en el auto de poco más de un año. Sin embargo, estacionado, me dice que cerca está su ayudante con las herramientas y lo puede llamar. Entre tanto, me hace girar la dirección. Se mete bajo el tren delantero y me muestra que del motor ¡cae aceite! Luego, deja ver una pieza de metal que conecta la rueda, completamente suelta… Observo incrédulo, pero ahí está, fluye líquido del motor…
Me orienta a estacionar en la 12 Oriente, casi esquina 1 Norte. El ayudante llega al instante con la caja de herramientas. Es hombre fornido y acento extranjero. Insisto que el auto tiene garantía y solo debe intervenir el servicio autorizado. Pero es tal el embrollo del momento, que, de pronto, el ayudante está sentado al lado mío, cual escolta. Tiene una gentileza falsa y actitud intimidadora…
– ¡No se mueva, dice, porque estropearía más el auto!
Luego el mecánico asegura que hay que cambiar repuestos. Pronto cierran negocios, son casi las 20 horas. Pero él, dice, que tiene un conocido al que puede pedir las piezas. De inmediato llega el vendedor de repuestos, un tipo moreno de porte bajo, también y de acento similar al de los otros, que asegura venir con las piezas originales, selladas, forradas en nylon.
Todo es tan fulminante, que llamo a mi señora, para avisar mi demora.
– Tengo un inconveniente con el auto, pero me están ayudando, le digo…
Sin embargo, el ayudante intimidador, coloquialmente, trata de embaucar. Pregunta, habla del Ecuador. Sospecho estar en encerrona. Temo estar con tres hombres desconocidos, y una operación en la que tengo que mantener el motor funcionando y el pie en el freno…
Concluye la tarea. Hay que pagar los repuestos en efectivo. Debemos ir al cajero del terminal. Extraigo dinero de los subidos precios y al mecánico doy un remanente. Pero quiere más, su obra de mano tiene más valor… Entonces, más consciente y receloso, digo:
– ¡Es lo que tengo y es bastante lo que lograron y en forma extraña!
Al momento, se esfumaron…
Vuelvo al hogar desazonado. Le doy vueltas a tan insólito trance.
Al día siguiente, llevo el auto temprano al taller. ¡Nada se hizo, todo es falso!
Solo un forro exterior a las piezas y algo de grasa… El jefe del taller me dice:
– Ya ha pasado a otros, con lo de la mancha del aceite…
Entonces, caigo en la cuenta de mi presunción que me costó asimilar. Caí, claramente, en una peligrosa trampa de ladrones, con plan muy bien erigido. Una comparsa cuyo fin es engañar para sustraer dinero. ¿Y a qué estaban dispuestos? ¿Quiénes son? ¿Cuántos más serán capturados en su ardid? En la calle tenemos ¿trampa, estafa, o derechamente, asalto?
Horacio Hernández Anguita