En tiempos donde Chile vive una profunda crisis de representación política, resulta imprescindible que desde la izquierda levantemos una voz distinta, libre de dogmas y fiel a los tiempos que corren. Soy un hombre de izquierda, convencido del rol del Estado, de la justicia social y de la necesidad de construir un país más equitativo. Pero también soy consciente de que muchos de nuestros referentes históricos, y sobre todo algunas estructuras políticas que aún operan bajo lógicas del siglo pasado, hoy son un lastre.
Jeanette Jara es una buena candidata. Lo ha demostrado en su rol ministerial durante el gobierno del Presidente Boric. Técnica, dialogante, responsable. Pero su proyección política está amenazada por quienes la promueven: un Partido Comunista que todavía se niega a hacer las paces con el presente. Muchos de sus dirigentes parecen vivir anclados en el relato de la Guerra Fría, donde todo se reduce a una lucha binaria entre imperialismo y revolución. Esa lógica, aunque comprensible en el contexto de 1973, hoy no solo es ineficaz, sino contraproducente.
No se puede gobernar un país del siglo XXI con recetas del siglo XX. Lenin puede haber sido un actor clave en el colapso del zarismo y en la construcción de un nuevo modelo político, pero fue Stalin quien instauró el terror, la represión masiva, los gulags y la hambruna como instrumentos de poder. Reemplazar un absolutismo por otro –ya sea de izquierda o de derecha– solo genera más exclusión, más polarización y más fracaso.
Es hora de que el Partido Comunista, si desea ser parte real de un proyecto de mayoría, inicie una renovación profunda: de discurso, de liderazgos y de visión de mundo. Reconocer sin miedo que Cuba, Nicaragua o Venezuela son dictaduras no nos debilita; nos fortalece éticamente. Aceptar que hubo errores profundos en los modelos autoritarios del socialismo real no significa entregarse a la derecha, sino ser honestos con la historia. Los pueblos no prosperan cuando sus dirigentes mienten o encubren lo evidente.
El país que queremos construir necesita una izquierda moderna, democrática, que mire al futuro sin complejos. Una izquierda capaz de hablar de productividad, de descentralización, de educación digital, de crecimiento con equidad. Que no viva del trauma ni del resentimiento, sino que transforme las desgracias del pasado en experiencia, no en doctrina.
La derecha ha ganado terreno porque ofrece certezas –muchas veces falsas– frente a una izquierda que aún no termina de resolver sus propias contradicciones. Si queremos volver a ganar la confianza ciudadana, debemos ser valientes. Y eso comienza por decir la verdad, aunque duela.
Chile no necesita dogmas. Necesita soluciones. Y si no somos capaces de ofrecerlas desde una izquierda renovada, será la historia la que, una vez más, nos deje fuera del futuro.
Por Rodrigo Araya Attoni
Ingeniero, consultor en transformación digital y analista político independiente