Se dice que el general Porfirio Díaz, quien gobernó su país por más de tres décadas, es el autor de una frase célebre: “Pobre México, tan lejos de Dios, tan cerca de Estados Unidos”. En realidad, el autor fue un intelectual que colaboraba con Díaz, Nemesio García Naranjo.
Otro mexicano destacado, el Presidente Andrés Manuel López Obrador, acaba de proponer una corrección. En su primer encuentro con el Presidente Joe Biden, se mostró optimista: “Ahora, puedo decir: bendito México, tan cerca de Dios y no tan lejos de Estados Unidos”.
El tiempo dirá si acertó o no. Pero en estos días hay otro país al cual se podría aplicar otra variable: “Pobre Nicaragua, tan lejos de Dios y de Estados Unidos”.
El caso de Chile, tan lejos de Estados Unidos como de Nicaragua, es diferente. Nuestros países han mantenido a lo largo de la historia, una fructífera relación cultural. El primer nombre es, por cierto, Rubén Darío. En 1888 publicó en Valparaíso Azul, libro considerado como el punto de inicio del modernismo hispanoamericano. En tiempos de Sandino, Gabriela Mistral fue designada “benemérita del ejército defensor de la soberanía nacional”. Neruda denunció “la noche negra y sangrienta” de la dictadura somocista.
Y ha habido más momentos de encuentro. Uno que muchos chilenos vimos como muy auspicioso fue el triunfo de la rebelión sandinista en 1979. Anastasio Somoza huyó de su bunker en Managua una madrugada de julio. Lo hizo presionado por el gobierno norteamericano que le había quitado su apoyo.
Su caída fue celebrada en todo el continente. El dibujante Rufino, de la revista Hoy, expresó entonces lo que era una gran esperanza para los chilenos: “No hay mal que dure cien años”.
Somoza no duró cien años. Pero la esperanza que representaban los sandinistas, se frustró en un período mucho más breve. Inicialmente se formó un gobierno de coalición en que participaban el líder guerrillero Daniel Ortega, otros compañeros de lucha, un empresario y Violeta Chamorro, viuda de un conocido periodista asesinado en tiempos de Somoza, Aunque en las elecciones siguientes, Violeta Chamorro logró la presidencia, desde el exterior la Guerra fría estaba carcomiendo cualquier intento de reconstrucción democrática.
La operación de los “contra”, montada desde la Casa Blanca, consolidó -paradojalmente- el poder de Ortega. En la práctica, nunca lo ha abandonado. Ahora está en conflicto contra todos en Nicaragua. Pero se cree capaz de mantenerse en el poder.
En rápida escalada, en las últimas semanas partió encarcelando a eventuales candidatos presidenciales opositores. Después siguió con periodistas, empresarios y otros dirigentes de la sociedad civil. Por último, Ortega asestó un duro golpe a su propio movimiento.
Convertido en autócrata, el ex guerrillero dispuso la detención de tres antiguos compañeros suyos en la lucha contra Somoza: Dora María Téllez, Víctor Hugo Tinoco y Hugo Torres.
La lección es que nunca se pueden olvidar los efectos de una larga dictadura, como la de los Somoza, ni los riesgos de las intervenciones de Estados Unidos. El trágico resultado es que la democracia en Nicaragua vive momentos sombríos.
Una nueva dictadura, resabio de los tiempos de la guerra fría, está asolando el país, ahogando la libertad de prensa y poniendo en prisión a los eventuales candidatos presidenciales de la oposición.