La cuenca del Maule enfrenta una nueva temporada con un activo poco visible pero decisivo: un sistema de coordinación que ha permitido ordenar el reparto de agua entre actores históricamente tensionados. Lo que antes eran fricciones recurrentes entre agricultura, generación eléctrica y usos urbanos, hoy se aborda con reglas compartidas y monitoreo integrado.
En el debate nacional, Chile mira a las grandes obras y a las reformas legales, pero suele pasar por alto la variable que realmente marca diferencias: cómo funciona, en la práctica, cada río.
Para Catalina Castro, secretaria general de la Confederación de Canalistas de Chile (CONCA) y encargada de Vinculación de la Junta de Vigilancia del Río Lontué, el aprendizaje es claro. “Si queremos seguridad hídrica, debemos dejar de administrar conflictos y empezar a gestionar cuencas. La coordinación no es opcional en territorios donde todos dependen del mismo río”, señala.
Cuando la coordinación sí cambia una cuenca
Dagoberto Bettancourt, gerente de la Junta de Vigilancia del Río Maule, destaca este avance: “La región ha debido convivir históricamente con tres actores permanentes. Mantener el diálogo y los acuerdos operativos nos ha permitido dar estabilidad a una cuenca que riega 200.000 hectáreas y aporta más del 23% de la hidrogeneración del país”.
Uno de los hitos recientes es la renovación del Convenio Colbún–Pehuenche, que consolidó el “ahorro de primavera”: una reserva estratégica que permite mitigar el déficit de caudales entre diciembre y marzo. Gracias a esta política de acumulación coordinada, la Laguna del Maule inició el 2025 en su tramo superior de almacenamiento, algo que no ocurría desde hace catorce años.
Desde la perspectiva tecnológica, la conclusión es similar: la coordinación solo funciona cuando hay información compartida y estándares comunes. “Si no emparejamos el estándar de medición y gobernanza entre cuencas, seguiremos dependiendo del azar de quién administra el río”, señala Emilio de la Jara, CEO de Capta Hydro.
La experiencia del Maule muestra que, incluso en un escenario de mayor variabilidad climática, la estabilidad hídrica es posible cuando existen acuerdos robustos, información transparente y una gobernanza que imita la lógica del río: integrada, simultánea y orientada al largo plazo.







