Señor director:
Deben ser pocos los políticos que tengan el pudor de no auto asignarse su “vocación de servicio público”. ¡Cómo agradecería la ciudadanía tan fausta nobleza!
Desgraciadamente la realidad supera la ficción y sí se hace manifiesta otra vocación: la disputa inconducente, la obscena capacidad para encontrar en cualquier proyecto o idea del adversario el flanco débil. Importa más ganar la rencilla que contribuir al éxito de la iniciativa la que, la mayor de las veces, es del clamor ciudadano.
Con tantos males y necesidades urgentes que a diario sufren los más necesitados, rebela tanta miseria de quienes han sido elegidos, honrados para servir.
Si se pudiera importar estadistas, la cesantía de los honorables llegaría casi a los tres dígitos.
Ignacio Cárdenas S.