Los tiempos políticos convulsos por los que atraviesa el país arrastran conflictos históricos que afloran cada cierto tiempo a la superficie y erizan la epidermis de uno y otro lado.
Si hay algo cierto, es que desde la UP y el golpe militar del 73 se inició y profundizó esta confrontación, que hoy en día, casi medio siglo después aún divide y a veces llega a extremos muy encontrados.
Por una parte, los que valoran al gobierno de Allende como uno de los mejores de la historia y los otros, que se niegan a catalogar de Dictadura al Gobierno Militar de Pinochet y, por el contrario, añoran aquellos tiempos sin política contingente. Se polarizó el país en extremo y este quiebre, pese a haber transcurrido muchísimo tiempo, en algunos sectores etarios mayores aún persiste.
Esta última década se viene produciendo otro quiebre, esta vez entre distintos sectores de la izquierda. Los más radicales que reniegan de lo realizado en los gobiernos de la Concertación versus los partidos tradicionales que defienden, pero con poco entusiasmo, más bien un tanto acomplejados, los logros de los mejores 20 años de avances del país en democracia.
En esto, los primeros pese a ser muy minoritarios, han estado imponiendo la agenda política al país, incluso generando como algunos lo denominan, un parlamentarismo de facto, en un país como Chile que siempre se ha caracterizado por un presidencialismo exacerbado.
Aquí el centralismo está purgando todas sus culpas, tomando de su propia medicina y a la vena, por ejemplo con los retiros del 10% y amenazas varias en el horizonte.
Para Sebastián Edwards, entrevistado por un medio capitalino, esto se debe a que “hace muchos años que Chile viene cultivando un estado depresivo mediante un discurso público flagelante”, al negarse sistemáticamente a reconocer el progreso que se había conseguido, mientras se encargaban de “demonizar al mercado, a los empresarios, al lucro y a todos aquellos principios que nos habían sacado de la mediocridad que históricamente nos había caracterizado.”
Este discurso para Edwards, “sumió a los chilenos en una depresión que a su vez los llevó a odiar lo que habían construido”. Es bueno el cilantro pero no tanto, si bien hay sectores que vociferan este mal diagnóstico y aprovechan las tribunas mediáticas que se les brinda y las redes sociales para proclamarlo, también es cierto que las grandes mayorías silenciosas no participan ni se hacen cargo de estas críticas que muchas veces son injustas. Y, por lo tanto, cuesta mucho encontrar voces que salgan a defender la causa cuestionada.
Como lo decía Ted Byrne, un pariente desde Inglaterra, si bien es verdad mucho de lo que dice este destacado economista, “creo que su análisis y su visión del futuro que espera a Chile es un poco demasiado pesimista. De seguro que habrá altibajos, pero la proyección del país depende de los chilenos.”
Cuánta razón tiene Ted, Chile no es el mismo y ahora hay materia gris suficiente para cautelar un proceso constituyente de un nivel superior.
Lo que si es claro, es que ya sea por angas o por mangas, éste ya no será un país proyectado desde la exclusiva visión de los economistas, a la que nos habíamos acostumbrado con los Chicago a la cabeza, sino con una recuperación de la política a un lugar del que nunca debió de salir.
Crucemos los dedos para que esta vez como país no nos farreemos esta gran oportunidad y nuestra política esté a la altura del desafío.
Diego Benavente