El miércoles 24 de marzo la ciudadanía y organizaciones sociales, de trabajadores, comunitarias, profesionales, indígenas, artistas quedamos atónitos al enterarnos por las redes sociales de la Ministra de Cultura, Consuelo Valdés, sobre el ingreso de la Indicación Sustitutiva del Proyecto de Ley de Patrimonio Cultural, que el Ejecutivo asignó suma urgencia a su tramitación, sin consulta ni discusión previa con los anteriormente nombrados.
Al leer la nueva propuesta gubernamental, pasamos del estado de atónitos al de perplejidad al percatarnos que habían dejado fuera del Consejo del Patrimonio Cultural a los artistas y pueblos indígenas.
La Sociedad de Escritores de Chile (SECH) –de la que soy miembro- tuvo una reunión, el lunes 12 del presente, cuyo único punto en tabla fue el Proyecto de Ley de Patrimonio Cultural.
Para aclarar y transmitir con mayor exactitud lo manifestado en los párrafos anteriores, me detendré a definir el concepto de patrimonio cultural, que es un conjunto de bienes tangibles, intangibles y naturales que forman parte de prácticas, actitudes, cotidianidades sociales, a los que se les atribuyen valores cardinales a ser traspasados, y luego resignificados (darle una nueva significación a un acontecimiento o a una conducta), de una época a otra, o de una generación a otra. Así, un objeto, una idea, una característica, un valor cardinal, una lengua, una creencia se transforma en patrimonio cultural, o deja de serlo, mediante un proceso y/o cuando alguien -individuo o colectividad-, afirma su nueva identidad, que es prolongación de una anterior y será continuidad de una futura.
El hecho de que el patrimonio cultural se conforme a partir de un proceso social y cultural de atribución de valores cardinales, funciones, costumbres y significados, no implica algo dado y que durará por siempre sino, más bien, es el producto de un proceso social permanente, complejo, variado y polémico, de construcción de significados y sentidos. Así, los objetos y bienes resguardados adquieren razón de ser en la medida que se abren a nuevos sentidos y se asocian a una cultura presente que los contextualiza, los recrea e interpreta de manera dinámica. Por ese sólo motivo mantengo que cultura, es la manera de relacionarnos.
El valor de dichos bienes y manifestaciones culturales no está en un pasado rescatado de modo fiel, sino en la relación que en el presente establecen las personas y las sociedades, con dichas huellas y testimonios. Por ello, los ciudadanos no son meros receptores pasivos sino personas que conocen y transforman esa realidad, como sujetos de cambio, posibilitando el surgimiento de nuevas interpretaciones, nuevos trazados de conductas y costumbres, y usos patrimoniales.
Como ha quedado demostrado dicho concepto, para el gobierno, está referido casi exclusivamente a los monumentos -en la actualidad existen cientos de solicitudes pendientes para proteger el patrimonio de diversas comunidades del país, pero ninguna de ellas ha sido atendida con la urgencia mostrada ante el conocido evento del Monumento a Baquedano, en la plaza Dignidad-. Para la institucionalidad gubernamental le es totalmente ajeno, aceptar que se han ido incorporando, gradual y paulatinamente, nuevas categorías tales como las de patrimonio intangible, etnográfico, industrial, las que, a su vez, han demandado nuevos esfuerzos de conceptualización. Junto con ello se ha otorgado mayor atención a las artes de la representación (teatral, escrita, otras), lenguas y música tradicional, así como a los sistemas filosóficos, espirituales y de información que constituyen el marco de dichas creaciones.
Vale destacar, en ese contexto, que el artista se relaciona y comunica con la sociedad a través de su obra, entablando una especie de diálogo entre él/ella y el público. No hay que olvidar que el contexto histórico y social es el marco de referencia que le envuelve como partícipe de la sociedad, pues no puede estar al margen de las inquietudes y circunstancias que le rodean. A menudo se dice que el artista es un producto de su tiempo. Y así es, ya que con su obra intenta exponer su visión de la realidad aunque sea de su propia óptica, que puede ser un deseo, una idea o una actitud personal ante algo.
Como la UNESCO ha subrayado, el término “patrimonio cultural” no siempre ha tenido el mismo significado, y en las últimas décadas ha experimentado un profundo cambio.
Actualmente, ésta es una noción más abierta que también incluye expresiones de la cultura presente, y no sólo del pasado.
La Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural fue adoptada por la Conferencia General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) el 16 de noviembre de 1972, cuyo objetivo era promover la identificación, protección y preservación del patrimonio cultural y natural considerado especialmente valioso para la humanidad.
Como complemento de ese tratado, la Unesco aprobó, el 7 de octubre de 2003, la Convención para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial, que definió que: “Se entiende por patrimonio cultural inmaterial los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas —junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes— que las comunidades, los grupos y, en algunos casos, los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad y contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana.
Algunos patrimonialistas y museólogos que estudian los vínculos culturales con la naturaleza o el patrimonio natural han alertado sobre las consecuencias concretas de las alteraciones ambientales tanto en la música folklórica como en la producción de artesanías tradicionales y en la supervivencia de las deidades, mitos y leyendas populares. Sostienen que la destrucción de la naturaleza desdibuja la identidad de los pueblos. En particular, los de aquellos que mejor han conservado sus tradiciones o cosmovisiones, como suele ser el caso de los indígenas u aborígenes”.
En el comunicado que diferentes organizaciones suscribieron, se puede leer: “Es sumamente preocupante que el Ejecutivo, a fin de eludir su obligación de someter esta iniciativa legal a Consulta Indígena, según las obligaciones del Estado de Chile adquiridas con la firma del Convenio 169 de la OIT, anuncie demagógicamente una futura Ley de Patrimonio Cultural Indígena, a sabiendas que el actual proyecto posee afectación directa contra las Naciones Originarias”.
El concepto de patrimonio biocultural, que el gobierno desestima incluirlos en su proyecto, explica la relación existente entre los saberes y costumbres tradicionales para convivir de manera armónica con la tierra, que poseen los indígenas, convirtiendo a sus pueblos en los guardianes y “polinizadores” del patrimonio biológico, histórico y cultural, y los que tienen a su cargo la importante tarea de la selección, modificaciones y adaptaciones que han diversificado y enriquecido a la naturaleza, que sostiene y ha sostenido la vida humana.
Así los saberes milenarios de cada pueblo son trasmitidos de generación en generación, de forma oral. El cuidado, las técnicas y herramientas usadas para el disfrute de los productos de la tierra, están relacionados con rituales y ceremonias religiosas.
Este proceso ha sido conceptualizado como uno de transculturación, que ha definido la identidad latinoamericana. El proceso de mestizaje en América se originó con la llegada de los europeos al continente y subsecuentemente de los esclavos africanos que vinieron con ellos. En este encuentro de culturas surgieron los mestizos, con sus saberes, lenguas y hábitos propios de cada pueblo de origen ancestral, más las costumbres de grupos humanos provenientes de España y Portugal fundamentalmente y África –que llegaron durante y después de la conquista–, y las manifestaciones culturales y el idioma de quienes somos ahora resultado del mestizaje, es lo que le da el carácter pluricultural a nuestro país.
Sorprende como el ejecutivo aplica una forma clara de negación literal a esas existentes culturas milenarias con la presentación de su proyecto al Parlamento, cuando se debe transitar y avanzar hacia un país que sea, en los hechos, intercultural, es decir, convertir a Chile en un país que incluye y fomenta la interacción, el respeto, la dignidad y el trato equitativo entre las diversas culturas.