Estas últimas semanas han sido testigos de la renovación de la mesa directiva en la convención constituyente y que da cuenta de los vertiginosos cambios que se están produciendo en el ámbito político. De una directiva procedente del mundo indígena y del derecho ha pasado a manos de una proveniente del mundo de la salud. La liderada por Loncón y Bassa tuvo la responsabilidad de instalar la convención y ponerla en marcha superando toda clase de obstáculos, internos y externos.
Entre los primeros destacan la inexperiencia y la diversidad de muchos personajes provenientes de movimientos sociales; entre los externos, los obstáculos iniciales desde las esfera de gobierno, su desinterés por colaborar mayormente, y la oposición cerrada de una derecha reducida a la mínima expresión sin capacidad de veto por representar menos de un tercio del total de convencionales. Esto último es algo inédito porque por primera vez en la historia de Chile, la derecha no tiene el sartén por el mango para definir la constitución, y es lo que en cierto modo la tiene en ascuas.
La elección de la nueva directiva, al igual que la primera, se rigió por el llamado sistema papal donde se asume que cada convencional anota un nombre, se contabilizan los votos. Si nadie alcanza la mayoría absoluta (78 votos), se repite la votación hasta que alguien tenga los votos necesarios. Entre votación y votación, las negociaciones andan a la orden del día entre los distintos convencionales, armándose y desarmándose alianzas sin el más mínimo pudor a vista y paciencia de todo el mundo. La política dura, descarnada, en todo su esplendor en la que se bajan y suben nombres cual cartas de una baraja.
Curiosamente, todas las “conversaciones de pasillo” desarrolladas entre votación y votación, se han dado entre quienes han sido muy críticos con las políticas “en la medida de lo posible” que han caracterizado todo el período de transición vivido hasta ahora desde los años 90. Estos mismos críticos son quienes ahora están viviendo en carne propia que otra cosa es con guitarra, que las conversaciones, los diálogos, entre los distintos grupos de interés son pan de cada día y muy necesarias cuando de política y de democracia se trata.
Es importante rescatar dos diferencias sustantivas respecto del proceso bajo el cual se elaboró la constitución que nos rige, la de 1980. Una, que ella fue elaborada entre cuatro paredes, sin que la plebe, los mortales, tocásemos pito alguno. La diferencia con lo que está ocurriendo ahora es brutal: mientras en tiempos del innombrable todo fue entre gallos y medianoches, ahora es a la vista y paciencia de todos. La otra diferencia reside en que quienes estuvieron tras la constitución del 80 fueron todos, en un 100%, personajes del mundo de la derecha, y por lo mismo su resultado no pudo ser otro que un traje a su medida. Traje que persiste hasta nuestros días gracias a los cerrojos impuestos y que solo están pudiendo ser sorteados, si es que se llega a buen puerto, en virtud de la rebelión social desatada en octubre del 2019. Si bien la constitución del 80 ha experimentado reformas a lo largo de estos años, su ilegitimidad de origen permanece intocable.
De lo dicho se desprende que lo novedoso, lo diferente, estriba en que dentro de la convención responsable de elaborar la nueva constitución la derecha está presente con una bancada que no alcanza a ser el tercio del total de convencionales. Por tanto, su relevancia dentro de la convención estará dada por la capacidad de los otros sectores para ponerse de acuerdo. Si la mayoría de los convencionales, que se agrupan dentro de la izquierda y el centro no se ponen de acuerdo, entonces ahí la derecha entra a tallar. De allí que esté al aguaite.
Al menos por ahora, la manija la tienen quienes adscriben a un pensamiento de centro y de izquierda, siempre y cuando estos tengan la capacidad para ponerse de acuerdo. Esto último no parece fácil a la luz de los distintos grupos que se han configurado, de las tentaciones que encierran los pasillos del poder, y de las dificultades observadas para armar una nueva mesa que dirija la convención en esta nueva fase de trabajo orientada a la elaboración de la nueva carta constitucional.
La elección de la presidenta de la convención requirió de 9 rondas de votación,en tanto que la de vicepresidente solo una ronda. En el camino quedaron mal heridos no pocos: los favoritos iniciales fueron cayendo lentamente por las mas diversas razones. La nueva presidenta, María Elisa Quinteros, que no estaba en los planes iniciales, es convencional de nuestra región, odontóloga de la Universidad de Talca, doctora en Salud Pública de la Universidad de Chile, actualmente académica investigadora de la Universidad de Talca. Y el nuevo vicepresidente, Gaspar Domínguez, médico de la Universidad de Chile con un magister en Salud Pública, convencional de la región de los Ríos. Ambos no provienen del mundo político, sino que del social, de la salud, independientes. Su elección es un reflejo de la pérdida de ascendiente de los partidos políticos, fenómeno que no es exclusivo de nuestro país dado que se extiende mas allá de nuestras fronteras.
Impresiona cómo las nuevas generaciones, la igualdad de género y las regiones están tomando al toro por las astas, asumiendo los desafíos que se tienen por delante y que no son menores. Todo un signo de los nuevos tiempos, de un relevo generacional sin precedentes que el país observa con mucha esperanza.