Elon Musk nació en 1971, en Pretoria, Sudáfrica. Entonces la computación estaba todavía en sus inicios. El gran adelanto de ese año fue que se inventaron los microprocesadores que hicieron posible los equipos personales. Musk, convertido en el hombre más rico del planeta, quiere darle ahora un golpe de timón a la historia: hacer que la libertad de expresión en las redes sociales no tenga límites. Está empezando con Twitter.
No hay certeza, sin embargo, acerca de qué entiende Musk por libertad de expresión.
Empezó, con su estilo muy personal. Al asumir como dueño de Twitter, notificó a unas 3.700 personas del término de sus contratos. Explicó que estaba reaccionando ante lo que considera “un mal presentimiento sobre la economía. “En un esfuerzo por colocar a Twitter en una senda saludable, pasaremos por el difícil proceso de reducir nuestra fuerza de trabajo global”, dijo en un comunicado. También ya tuvo problema con el intento de cobrar por la certificación de identidad de los usuarios.
No hay más remedio que esperar.
A los 18 años Musk emigró, junto a su madre a Canadá (y de ahí a Estados Unidos). No fueron tiempos fáciles. En Sudáfrica habían gozado de la fortuna de su padre quien se ufanaba de que: “Teníamos tanto dinero que a veces ni siquiera podíamos cerrar nuestra caja fuerte”.
Elon fue un niño prodigio. A los diez años aprendió a programar. A los doce diseñó un juego espacial llamado Blastar, y lo vendió a una revista por 500 dólares. El resto, hasta la polémica compra de Twitter, fue una suma de éxitos.
Inició y completó diversos cursos de posgrado. En 1995 se matriculó en Stanford para hacer un doctorado en Física Aplicada y Ciencia de Materiales, pero a los dos días lo abandonó para iniciar su primera empresa.
Fundó SpaceX, cofundó Tesla Motors y Neuralink, OpenAI y PayPal, sistema de pagos remotos que se usa en Chile. Musk ha sido el principal impulsor del coche eléctrico, el cohete espacial Falcon 9 y el Hyperloop. Este último es un tren que podría viajar a alta velocidad, libre de la resistencia del aire o la fricción.
La negociación por Twitter fue compleja. Musk ha declarado que compró la empresa para asegurar la libertad de expresión. Esto se lograría mediante cambios en la estructura de Twitter y una aplicación nueva que englobaría servicios de mensajería instantánea, llamadas, redes sociales, incluso informaciones todo financiado mediante pago.
El primer problema ha sido el rechazo por el pago (8 dólares) de los actuales usuarios de Twitter. El segundo, es más grave y ya ha generado fuertes polémicas: ¿Cuál es el sentido de la libertad de expresión, según Musk?
No es fácil dar la respuesta, ya que ha vivido largamente en Estados Unidos, pero nació en Sudáfrica cuando había allí fuertes restricciones. En esos años, en las escuelas de Periodismo, en vez de ética se enseñaban las leyes imperantes, de modo que los futuros profesionales no tuvieran problemas con la justicia.
La aspiración de Musk parece ir por esa misma ruta: diga lo que quiera, pero hágase responsable. Mejor sería que dijera: diga lo que quiera, pero respete la verdad y la dignidad de las personas.
Sería más tranquilizador en la selva de las redes sociales.
Abraham Santibáñez