Con la serie de gallitos que el Congreso le ha ido ganando al Presidente, nos estamos anticipando a lo que vendrá en el proceso constituyente. Se demuestra que el presidencialismo está en declinación. Piñera por su parte, ni por muy empresario exitoso en los negocios y con una coalición que lo llevó al poder y le dio sobre el 50% de los votos, no le ha sido posible sustentar su gobierno.
Menos cuando no se tiene el respaldo ni tampoco las habilidades políticas y empatía para conducir un proceso crítico en lo político, más encima agravado por un estallido social y una tremenda pandemia. En esto, el embate no solo ha arrasado con el Presidente, también de pasada se apuntó a la elite. El lema parece ser, donde manda mayoría no manda elite, lo que quedó escrito a fuego, literalmente después del estallido.
Las instituciones funcionan, incluso más allá de la frase de Lagos. Pese a los distintos conflictos imperantes, pareciera que navegamos con piloto automático a velocidad de crucero. Las AFP exigidas a concho, demostraron que tienen la plata y están preparadas para hacer el tercer giro, no importa que la cabeza esté desatinando, lo importante es que el país funciona. Ahora sí, no en un modo ideal pero al menos surfeando la turbulencias.
Será de gran utilidad el que se pueda tener una nueva Constitución, ya que la institucionalidad está haciendo agua por muchas partes. El efecto perverso del cuoteo político invadiendo estructuras claves lo ha demostrado ahora con el Tribunal Constitucional.
En pocas palabras, la elite política no ha dado el ancho y esto se lo ha endosado a la institucionalidad que cruje por aquí y por allá. Son datos duros que sirven y se necesitarán para el proceso constitucional, que deberá buscar solucionar estas trabas burocráticas, entre otras.
Además, con estas rencillas políticas reiteradas del último tiempo, el mundo político se ha estado cobrando su revancha, con especial agrado de moros y cristianos, frente al mundo de la economía, derrotándolo en su propio terreno, demostrando así y como siempre lo habían soñado hacer, que la política es más importante que la economía o mejor dicho, sin la política, la economía no funciona.
Fueron muchos años o décadas en que se impuso el discurso económico y empresarial. Hoy en día estos mundos ya están avisados de que la política regresó para no irse más del poder. Por ende, van a tener que ceder espacios y decisiones importantes, así como también aprender a convivir manteniendo los equilibrios necesarios, para gobernar democráticamente de manera participativa, eficaz y eficiente.
Como lo describe Pablo Ortúzar, en un matutino financiero, producto de la polarización política de las clases altas que no han logrado procesar de manera pragmática las demandas que emergen desde abajo, es que tenemos el desastre en que estamos.
En general, llegamos a esto por ausencia de reformas que fueran acompañando la maduración de la nueva clase media chilena. “Donde tiene mucha responsabilidad la derecha política, ya que se dedicó por años a bloquear sistemáticamente iniciativas que podrían haber ido quitándole presión a la olla”, expresa. Para enfrentar esto, según Ortuzar, “necesitamos una tregua de elites, bajar la polarización del grupo dominante, y avanzar hacia un nuevo pacto entre clases, con un horizonte creíble de prosperidad progresiva”.
Entre los deseos de Ortuzar y el resultado por venir del proceso constitucional, habrá que cruzar los dedos y esperar que el diablo no meta su cola.