Uso de símbolos y letras, sustitución de la vocal final por una “e” y el cambio en la desinencia del sustantivo para indicar género, son sólo algunas de las maneras a través de las cuales durante los últimos años se ha llevado a la práctica la lucha por el “lenguaje inclusivo”. No obstante, ¿Qué comprende este? ¿Se trata de una representación de los géneros masculino y femenino o la propuesta tiene un trasfondo cultural y social mucho más profundo?
Para el Vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de Chile en Talca, Dr. Víctor Yáñez Pereira, el lenguaje inclusivo no se refiere a cambiar palabras, sino que se trata de un proceso más profundo, y no sólo normativo o formal, el cual “nos coloca ante el lugar de quienes sufren su ausencia”.
Si bien cita la normativa de la Real Academia Española para indicar sustantivos masculinos y femeninos, así como las disputas de esta con movimientos feministas y LGTBIQ+, el académico se aparta de las disposiciones normativas y plantea que el lenguaje es fundamental para lograr el entendimiento y reconocimiento de las diferencias en sociedad.
Bajo su análisis, el cambio “más que de palabras, debe ser de lógicas, sentidos y significatividad, debe visibilizar la discriminación, postergación y exclusión social”, que producen los usos polarizados del lenguaje y sus poderosas cargas simbólicas, ideológicas e incluso materiales.
“El lenguaje nombra, pone en público, nos crea y deja aparecer desarrollando diversas performatividades discursivas, pues las palabras hacen cosas y lo que decimos deja marcas históricas. De hecho, no es lo mismo hablar de ´discapacitados´ que de ´personas con capacidades diferentes´ o, en lo más cotidiano, extender una invitación al ´Sr. Roberto Calvo del Valle y Sra.´, que hacerlo al ´Sr. Roberto Calvo y la Sra. Ema Plaza´; mientras en la primera instancia hay un acto de marginación y dominio, en la segunda existe el reconocimiento y respeto. Cada cual tiene un lugar en el mundo”, reflexiona.
¿Normales y…?
El Dr. Yáñez sostiene que dado que la sociedad se organiza culturalmente, no es posible pensar que hablar con equivalencias de género o con señales de respeto ante la diferencia de las personas con capacidades especiales o diferenciadas funcionalmente, sea un reconocimiento de una parte de los “normales”, ya que eso tampoco sería inclusivo.
En este sentido, detalla que “la norma se trasforma en una construcción política… La idea del lenguaje inclusivo permite entender que la inclusión tiene múltiples formas, sentidos y significados y hay que ser cuidadosos con esos significados, porque todos tenemos un lugar en el mundo y eso es lo que nos habilita a tener derechos y responsabilidades”.
Yáñez explica la diversidad como una cualidad y atributo connatural de las distintas sociedades, por tanto, más que hablar de individuos iguales, se debe hacer referencia a individuos, persona o ciudadanos vistos como semejantes o equivalentes. “No podemos vernos como iguales per se, porque no somos iguales salvo en reglas normativas o procedimentales, como las que establece la ley o el derecho y, esa racionalidad es más instrumental y operativa”.
Cambio profundo
“Deberíamos suponer que este cambio objetivo del lenguaje, de la composición de las palabras, lo gramatical y vocativo, tendría que ser consecuencia de algo más profundo, porque se produce un estado ciego, una confusión innecesaria, cuando comenzamos a agregarle artificialmente estas nuevas simbologías a las formas del lenguaje oral y escrito”, comenta el investigador, quien propone que para que dicha práctica tenga asidero debe contar con un contexto cargado de significados alejados del fundamentalismo.
Sobre esta lucha iniciada por las generaciones más jóvenes, Yáñez analiza que, a propósito de que exista una inclusión real, cualquiera que sea el ámbito, debe haber un reconocimiento como manera para legitimar lo que es diferente a sí mismo.
Se trata de “validar esa diferencia con el sólo hecho de su existencia y de ese compromiso que se produce entre los diferentes… Debemos aprender a nombrar respetando la presencia, la existencia, la identidad y la diferencia”.
Finalidad, contexto y audiencia
El académico de la Universidad Autónoma de Chile advierte que las modificaciones en sociedad se producen desde la vida cotidiana y en la interacción entre los sujetos. “Es por eso que cuando pensamos en ser inclusivos, no sólo tenemos que restringirnos a las cuestiones de género, las identidades o las formas sexuales, sino con todo aquello que suponga una manera de vivir la vida, que también merece un espacio de reconocimiento, de legitimación”.
Desde esta mirada, el Dr. Yáñez propone: vocabularios más pluralistas (ciudadanía, niñez y humanidad), situar a los grupos sociales (afrodescendientes, poblaciones indígenas y niñez con autismo), desdoblar los términos (los y las profesionales), evitar relaciones posesivas, determinantes y usar los neutros (familia Loyola Quezada) o sustantivos colectivos – abstractos (profesorados), emplear los impersonales (les invitamos a la apertura de nuestro local), evitar cosificar y discriminar a las personas (las juventudes del presente, en vez de este tipo de jóvenes), entre otros modos que dan muestra del cambio de pensamiento, en consideración de la forma de comunicación, su finalidad, contexto y audiencias.
“No se es más o menos inclusivo porque diga ´elles´, sino que se será inclusivo en la medida que ese ´elles´ responda a un acto ideológico, político y simbólico de legitimación y de respeto a eso que yo integro en la pragmática del lenguaje”, reflexiona el investigador, para quien los espacios de diálogo, debate y discusiones, sensatos, abiertos y productivos, alejados de fundamentalismos y conservadurismos, son necesarios para motorizar este cambio de lógicas, sentidos y significatividad.