Paulina tiene 13 años. Tras una compleja odisea, la semana pasada estaba en el hospital infantil de Zaporiyia, en Ucrania. Según el director del hospital, Yuri Viktorovitch Borzenko, entrevistado por Le Monde,“para ella, como para los adultos, Mariupol es sin duda, en el grado de horror, un acontecimiento que marcará de por vida a las víctimas”.
Paulina vivía sola con su padre. Su madre murió de Covid-19 en 2021. El 15 de marzo, cuando salía del sótano donde estaba refugiada con otros vecinos, recibió un impacto de metralla en el pecho. Sin agua, electricidad ni calefacción, fue atendida por una enfermera la cual murió tres días después, en un bombardeo.
Paulina, según este informe, no tuvo más tratamientos hasta el 22 de marzo, cuando llegó a la ciudad de Berdiansk. Once días después, finalmente, los rusos le permitieron el acceso al servicio del Dr. Borzenko.
Paulina y su padre no olvidarán jamás este episodio.
Lo peor de la invasión rusa han sido los ataques contra civiles mediante francotiradores, misiles y bombardeos sin control. A ello hay que sumar masacres como ocurrió en Bucha. Allí, la retirada rusa a comienzos de abril dejó cerca de 300 muertos, mutilados y asesinados.
“Los ataques indiscriminados están prohibidos por la ley humanitaria internacional y podrían constituir crímenes de guerra”, dijo Michelle Bachelet ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra.
“Las viviendas y los edificios administrativos, los hospitales y las escuelas, estaciones de agua y sistemas de electricidad no se han salvado”, agregó.
El jueves pasado, la Asamblea General de la ONU, consecuentemente, votó la suspensión de Rusia del Consejo de Derechos Humanos. El paso se dio tras las acusaciones contra los militares rusos de matar a civiles en Bucha, que fueron rechazadas repetidamente por Moscú.
La resolución fue aprobada con los votos a favor de 93 países, 24 en contra y 58 abstenciones.
Después de la segunda guerra mundial, en la que la Unión Soviética se defendió heroicamente a un alto costo haciendo frente al avance del ejército nazi, no había habido otra guerra en Europa, salvo el estallido bélico que marcó la disolución de Yugoslavia en los 90. Ciertamente ha habido conflictos sangrientos en otros continentes. Pero lo que está ocurriendo en Ucrania, independizada de la antigua URSS, supera lo ocurrido en África o en Asia, incluso en América Latina.
Lo más grave es que, al frenar la arremetida rusa, los ucranianos no conquistaron la paz sino una nueva etapa de la guerra que se anuncia más demoledora.
Al principio pareció que Vladimir Putin se confió en un triunfo rápido, considerando las diferencias entre un país poderoso (Rusia) y una república mucho más pequeña (Ucrania). Su costoso fracaso solo hizo que se empecinara en preparar una ofensiva mayor, con más recursos, lo que debería ocurrir en corto plazo.
Por ahora la reacción del resto del mundo ha sido poco clara, aunque paulatinamente, Estados Unidos ha puesto más presión mediante restricciones económicas y financieras.
Solo los países vecinos de Ucrania (Polonia y los países bálticos) se han mostrado más decididos a la adopción de medidas más duras. Es que para ellos Rusia se ha convertido en una amenaza dircta. Sus temores se refuerzan con historias como las de Paulina o los civiles masacrados en Bucha.
Abraham Santibáñez
Premio Nacional de Periodismo