Al tenor del clima que se ha ido generando, in crescendo, cualquier diría que estamos ad portas del día del juicio final. Basta ver las redes sociales donde las mentiras más absurdas se difuminan como reguero de pólvora sin que nadie se arrugue. Cualquiera diría que nos estamos jugando la vida como país. No lo creo así. Lo que se juega es si habrá un punto de inflexión, o un punto de continuidad en la curva camino hacia el desarrollo. No creo en quiebre alguno. El país no se vendrá debajo de la noche a la mañana ni en el largo plazo por lo que se decida, así como tampoco se abrirán las grandes alamedas para que pase el hombre libre de un día para otro. Sí veremos decepción en unos, esperanza en otros. Fundadas o no, lo que estará por verse.
Al día siguiente la vida continuará. Gane una u otra opción, la tensión seguirá presente. Ganando la opción del rechazo la tensión se trasladará al interior de dicha opción entre quienes se aferrarán a la constitución del 80 y quienes rechazaron para reformarla.
A estos últimos se agregarán quienes optaron por el apruebo, quienes pujarán ya sea por emprender un nuevo proceso constituyente, o por maximizar estas reformas, incorporando los elementos centrales de la propuesta constitucional que salió de la convención. En consecuencia, la tensión continuará.
Si gana el apruebo la tensión se traslada al interior de sus partidarios, entre quienes se aferrarán a la propuesta constitucional tal como salió de la convención apoyados en su legitimidad de origen, y quienes están por introducir modificaciones que apunten a limar sus aristas más controvertidas. A estos últimos seguramente se le sumarán quienes optaron por el rechazo para reformar, buscando incidir en ellas.
Esta tensión será tanto mayor cuanto más estrecho sea el resultado, el cual revelaría la fosa existente entre los partidarios de una y otra opción. Cuanto más holgado sea el triunfo de cualquiera de las dos opciones, menor será la tensión que emerja el día después. En todo caso, si nos atenemos al aire imperante, lo más probable es que el resultado final sea por una diferencia menor a los diez puntos porcentuales.
El drama de Chile es justamente ese, la fosa ideológica imperante y que dificulta la comunicación, el diálogo. Una fosa que tiene ribetes sociales, económicos, culturales y políticos. Mientras no abordemos de frente, sin engaños este abismo, y creamos que podemos imponer nuestras respectivas diametralmente opuestas visiones sin intentar siquiera establecer espacios de comunicación estaremos postergando toda posibilidad de desarrollo.
Con este espíritu y de cara a un futuro más ecológico, de mayor equilibrio entre el factor trabajo y el capital, voy por el apruebo.
No olvidemos que en el juego del todo o nada, la historia nos dice que lo más probable que nos quedemos con la nada misma. Es ir por lana y salir trasquilado.