A mediados del siglo XV la imprenta de tipos móviles metálicos, trastornó la comunicación humana. Gutenberg echó entonces a andar un inmenso bagaje de transformaciones, incluyendo la Reforma protestante y el concepto moderno de democracia. Sus efectos fueron profundos, pero no instantáneos.
Quinientos años más tarde, a fines del siglo XX, la convergencia de computadores, teléfonos y televisión produjo la segunda gran revolución de las comunicaciones.
Al revés de la imprenta, se propagó casi instantáneamente por todo el mundo, convirtiendo la globalización en una realidad.
Mientras el libro y los periódicos, los productos esenciales de la imprenta, tardaron años en llegar a todos los continentes, afectados además por el hecho de que la alfabetización era hasta entonces lujo de pocos, la nueva era se esparció de manera fulminante. En la actualidad abarca a todo el mundo y, pese a la extraordinaria difusión de Internet y las redes sociales, todavía sigue creciendo. Lo que a veces se nos escapa es que ha transformado profundamente nuestras vidas: cómo vivimos, cómo estudiamos, cómo trabajamos, cómo nos divertimos, cómo hacemos nuestras compras y cómo nos informamos.
El periodismo, en su definición actual, nació con la imprenta de Gutenberg. Pero, en la era informática todavía no termina por definir su papel.
Philip Mayer, académico norteamericano, estableció inicialmente que en 2043 aparecería el último ejemplar de un diario impreso. Más tarde descartó una fecha precisa.
El periodista argentino Jorge Lanata ha planteado recientemente su convicción de que “estamos en el velorio” de la televisión abierta: vive, según él, sus últimos días, desplazada por el streaming.
La clave del diagnóstico de Lanata, es que la televisión abierta “tiene estándares de trabajo que no son los más interesantes. Está muy presionada por el minuto a minuto… y el ideal es poder trabajar los temas con un poco más de profundidad”.
El debate no ha terminado.
Lanata apunta a la raíz de la crisis: muchos periódicos cumplen con su cometido básico de informar, conforme un diseño establecido desde el siglo XIX, pero no han considerado el fondo de la evolución tecnológica. Hoy día, los diarios de calidad profundizan en los temas, como se puede advertir en rotativos como The New York Times, Le Monde o El País.
A veces adoptan las características de las antiguas revistas conforme la clásica “fórmula Time”: semanarios cuyo contenido se ordena en secciones y que presentan por lo menos un reportaje en profundidad en cada una de ellas. Los temas se ponen en contexto, con buena investigación y entrevistas que entregan una visión más allá de las preguntas clásicas del periodismo informativo, las seis “W” en inglés: qué, quién, cuándo, dónde, cómo y por qué.
Un caso interesante lo constituye el diario La Tercera, que actualmente solo se imprime los sábados y domingos, mientras el resto de la semana tiene una edición digital. Los fines de semana se aproxima a la idea de Time o The New Yorker, aunque no son comparables debido al formato, un tabloide alargado en el caso de La Tercera. El atractivo adicional de las revistas tradicionales es que facilitan la lectura, tienen mejor papel y por lo tanto se ven mejor los textos y las fotos y los ejemplares se pueden guardar para terminar posteriormente su revisión en cualquier momento.
Cabe reiterar la idea principal: el periodismo, en los últimos 50 años no ha logrado adecuarse a los nuevos tiempos. Hoy, las audiencias más que información al instante -que es bienvenida en momentos de crisis, como un terremoto en nuestro caso- requieren una brújula para entender la suma diaria de acontecimientos dispersos.
El caso del “estallido”
Cuando se critica del rol de los medios chilenos en torno al “estallido social” de 2019, se puede argumentar que mostraron sesgos muy marcados, pero se debe aceptar que en general dieron a conocer lo que ocurría. Hay quienes les reprochan, sobre todo a la televisión, haber mostrado hasta la saciedad imágenes de los saqueos de negocios y supermercados y otros hechos vandálicos, tanto en octubre de 2019 como en los aniversarios siguientes.
Pero lo básico, la información esencial, se recogió oportunamente, corriendo con frecuencia los reporteros in situ serios riesgos.
La interpretación, en cambio, no entregó una buena respuesta. En los años siguientes se han publicado varios libros, pero permanece la afirmación del comentarista Carlos Peña de que Chile está convertido en “un desastre y (el gobierno) parece no haberse dado cuenta de ello”. Tampoco se daría por notificada la mayoría de los chilenos y de ello Peña culpa a los intelectuales, a los rectores de universidades (el es uno de ellos) y … a la prensa.
Este reproche a los medios no es nuevo en Peña, lo que parece una incongruencia porque la Universidad Diego Portales, de la cual es rector, tuvo una de las mejores escuelas de periodismo entre el final de la dictadura y los primeros años de la recuperación democrática. Pero, sin duda, corresponde a la visión de muchos intelectuales.
Repensando el periodismo
Como se recordó más arriba, por un momento pareció que los periodistas podrían desaparecer de la faz de la tierra. O ver reducido su papel al de meros recolectores de información (“cazanoticias”), renunciando a la responsabilidad de seleccionar y jerarquizar las noticias que es lo que justifica fundamentalmente su carácter universitario.
Quien planteó con mayor lucidez este duro diagnóstico, antes siquiera de que se intentara ponerle fecha, fue Nicholas Negroponte, creador del Media Lab del MIT y gurú de millones de adictos al mundo digital en el mundo entero. Su planteamiento refleja precisamente la incomprensión respecto del real sentido del trabajo periodístico.
En Ser Digital, Negroponte sostuvo que “en lugar de leer lo que otros creen que son las noticias y lo que otros justifican como digno del espacio que insume, la digitalización cambiará el modelo económico de la selección de las noticias, hará que el interés personal de cada individuo desempeñe un rol más importante y utilizará incluso información que hoy es descartada en la sala de armado (del diario) por considerársela de escaso interés popular”.
En esta afirmación hay una buena parte de verdad. En los diarios impresos se pierde gran cantidad de información, simplemente porque la necesidad de satisfacer a un público vasto y variado lo hace inevitable: el material es mucho y el espacio siempre es limitado.
Un diario digitalizado, “personalizado”, puede responder mejor a los intereses de cada lector, sin aumentar los costos, con solo aprovechar íntegramente el trabajo de los periodistas y agregarle material de archivo y conexiones (links) a otros medios y a otras bases de datos.
Un diario electrónico así confeccionado encerraría, sin embargo, un gran peligro: ignorar hechos que no se consideraron como necesarios o convenientes de conocer o se rechazaron de antemano por incómodos o desagradables.
Este “diario perfecto” tendría un pecado original: dejar a sus lectores al margen de la información importante, vital para el correcto funcionamiento de la sociedad. Términos como “solidaridad”, “democracia” o “responsabilidad social” no se condicen con un periódico automatizado que cada lector podría crear a su imagen y semejanza (o creer que lo hace, si en realidad se maneja mediante algoritmos).
La primera interrogante del nuevo mundo de las tecnologías digitales es la misma que de tiempo en tiempo preocupa a la humanidad cuando aparece una nueva máquina o un nuevo invento y que algunos pensadores bautizaron como “el mito de Frankenstein”: ¿quién controla a quien?
A comienzos de 1999, en una reunión de profesores de periodismo organizada en San Francisco por The Freedom Forum, el comentarista Jon Katz, planteó crudamente, pero en una nueva formulación estos viejos temores. La diferencia de la revolución del Internet y la revolución industrial, dijo, es que Internet “se ha convertido prácticamente en un organismo vivo debido a que crece y se expande más allá de toda posibilidad humana de controlarlo”.
Y agregó:
“Esto ha tenido un gran impacto en el periodismo en el sentido de que cualquier persona con un computador puede virtualmente tener a su disposición toda la información del mundo. La pretensión de definir lo que es un periodista (en estas circunstancias) se hace cada día más difícil”.
En dicho encuentro se hicieron más de 20 exposiciones respecto del periodismo y el impacto de las tecnologías digitales. Algunas tuvieron un tono fuertemente futurísta como la del profesor John Pavlik, de la Universidad de Columbia, quien presentó el prototipo de la “Estación móvil de Trabajo para periodistas”.
El equipo, inicialmente muy voluminoso, terminó por ser reemplazado en años siguientes por los teléfonos celulares. Se anticipaba en San Francisco que las nuevas cámaras serían capaces de captar imágenes en 360 grados.
Mejor todavía, ellas “permitirían cumplir el sueño de llevar al público al sitio mismo del suceso: manifestaciones callejeras, recepciones a cantantes o deportistas o políticos famosos; encuentros deportivos trascendentales, exploraciones en lugares remotos”.
Nuevos equipos como estos, se dijo entonces, se añadirán, simplemente, a un mundo interconectado, donde los periódicos on-line empezaban a ser rutinarios y la novedad consistía en la búsqueda de “nichos” específicos para medios diseñados a la medida.
Mientras se avanza en esa dirección, surgen nuevos problemas.
Un aspecto importante en esos pronósticos era que las cámaras serán casi totalmente invisibles como efectivamente está ocurriendo en la actualidad. Ello es positivo, desde luego, pero también tiene un lado oscuro. Su eventual mal uso tiene implicancias de todo tipo, ya que puede afectar desde la privacidad de la información a la seguridad del comercio electrónico y de la democracia electrónica.
Este potencial uso equivocado, precisó el profesor John Pavlik, retomando la preocupación de fondo, “obliga a las escuelas de Periodismo a ser cada vez más estrictas en la formación ética de sus alumnos”.
El nuevo panorama
Es evidente, sin embargo, que lo que previamente fue tema de algunas áreas de la formación superior, ya lo es de todas. Así lo dijo el profesor chileno Jaime Sánchez hace algunos años.
La era informática, escribió, “marca el inicio de una nueva cultura, con nuevos valores, nuevos requerimientos de capacidad y destrezas, nuevas instituciones, inéditas carreras y profesionales, así como un nuevo sistema educacional”.
En esta búsqueda de respuestas a problemas inéditos, el trabajo necesariamente debía emprenderse en forma conjunta, entre periodistas, abogados, profesores, médicos, ingenieros informáticos y otros especialistas. Precisamente una investigación de este tipo en la UDP, nos permitió, en los primeros años de este siglo, reafirmar algunas ideas de larga data en el periodismo: la labor periodística, aparte de ser esencialmente un servicio a la sociedad, obedece a normas establecidas, basadas en años de experiencia, que determinan usos y jerarquías.
Cuando un editor hace su trabajo (“edita”, conforme la definición del medio, sus normas de estilo y la distribución de los espacios o los tiempos), no está censurando ni ejerciendo un indebido control, sino simplemente realiza una tarea indispensable de ordenamiento y correcta presentación.
La revisión de textos, distribución de tareas, fijación de plazos de entrega, todas estos son aspectos esenciales de la labor informativa y, por lo tanto, parece difícil que en algún momento los pueda reemplazar una máquina o un conjunto de algoritmos… aunque hay quienes así lo creen y de hecho lo están haciendo en las redes sociales.
Al revisar estas complejas relaciones de trabajo se redescubre no sólo la importancia de la estructura interna del medio, sino también los fundamentos de algunas rutinas básicas, como el chequeo de datos, el buen reporteo y el procesamiento responsable y la entrega cuidada de la información obtenida.
Es lo que preocupaba a Pavlik cuando se refirió a la ética.
Tareas indispensables
Esto no ha cambiado con la aparición de nuevos recursos tecnológicos. Al contrario, se ha hecho más exigente.
Internet no releva al periodista de la necesidad de poner en juego toda su capacidad e incluso su instinto, en la investigación de una noticia. Sigue siendo indispensable chequear y rechequear, preguntar y confirmar. Desconfiar y revisar.
La credibilidad ha sido siempre la base de toda reputación periodística perdurable y lo sigue siendo.
La otra gran lección asociada a la incorporación de las nuevas tecnologías tiene que ver con la responsabilidad social de los medios.
Por tradición, especialmente los medios escritos, han estado a cargo de colocar sobre el tapete de la actualidad los temas de discusión. Eso, que el profesor Maxwell McCombs bautizó como “agenda setting”, no ha desaparecido, aunque no siempre se aprecie debidamente. De hecho, en un mundo tan saturado de noticias como es el actual, la necesidad profesional de que un periodista analice la actualidad y vaya planteando los temas más importantes se ha hecho más evidente que nunca.
Varios autores han coincidido en esta apreciación Entre ellos el especialista norteamericano en Etica Rushworth Kidder.
En una entrevista realizada aquí en Chile, hace algún tiempo, el doctor Kidder, fundador y presidente del Instituto para la Etica Global, fue confrontado sobre este punto, cuando todavía no era tan evidente como ahora:
¿Qué va a ocurrir cuando todo el mundo, gracias a Internet u otro tipo de red, esté conectado y tenga acceso a la información? ¿Quién va a asumir la responsabilidad social de la prensa; el papel que a los periodistas nos gusta destacar? ¿Ha pensado Ud. en eso? Porque es otro subproducto de las nuevas tecnologías.
-Si en esta habitación Ud. no tuviera nada, ningún mueble, nada y yo tratara de esconder una aguja, ello sería muy difícil. La mejor manera de esconder una aguja es no tener sólo una aguja: es tener una aguja y taparla con un montón de paja. ¿Correcto? Esa es la manera de lograr que sea prácticamente imposible encontrarla. No porque esté en un rincón, sino porque hay tantas cosas más encima y a su alrededor que no hay cómo hallarla. Eso, según me parece, es lo que ocurre con Internet. El peligro no es que nos quedemos sin la información que necesitamos; el peligro es que tengamos tal cantidad de información que nadie, ningún individuo pueda usarla, pueda encontrar lo que busca.
“El trabajo de un editor va a ser aun más importante que ahora. Va consistir en extraer, a través de todas estas enormes cantidades de información, las dos o tres cosas que él crea que el público debe conocer y lograr que la atención del público se concentre en ellas.
Y, luego, las 10 ó 20 informaciones que sería conveniente que conociera; además habrá 40 ó 50 cosas más en las cuales alguna gente estará interesada. El trabajo de los editores será poner en orden todo esto.
“Hay alguien, el proveedor de información, cuya tarea será tratar de convencerlo de que su información es lo más importante del mundo y que Ud. debe tenerla. Cuando Ud. tenga cuatro mil informaciones, a través de Internet, Ud. va a decir: ‘Me rindo. No puedo manejar todo esto’. Entonces Ud. va a recurrir a algún tipo de publicación, electrónica o en papel, lo que sea, que le ponga en orden todo este material y le diga qué es lo importante y qué no lo es tanto”.
La idea de la autorregulación
Esta es unla clave que sigue siendo necesaria y lo es cada vez más.
Así lo estimaba el propio Kidder.
Dijo: “Creo que una de las definiciones más útiles de ética es la que dice que es la ‘obediencia a aquello que no se impone por ley’. La ética tiene que ver con nuestras propias regulaciones individuales y no es impuesta por una fuerza externa. Es algo muy distinto de la ley, que siempre contempla mecanismos para obligar a su cumplimiento. El hecho es que (siempre) vamos a tener algún tipo de regulación. Vivimos bajo un contrato social; somos seres humanos que interactuamos unos con otros.
A menos que estemos en una isla desierta o en medio de la selva, abandonados a nuestros propios recursos, debemos tener una forma de regulación.
“La elección es muy simple: o nos autorregulamos o nos van imponer algún tipo de regulación desde afuera. La autorregulación es la ética. La regulación impuesta, la ley. Por ejemplo, en las familias bien constituidas, casi no hay “leyes” explícitas de conducta…. Me gustaría creer que, como sociedad, nos vamos a comportar más y más como una familia bien organizada. Me gustará ver que disminuyen las normas y regulaciones en general . No, como alguien diría en mi país, tener licencia para que cualquier persona haga lo que quiera, pero para ser capaces de reemplazar un sistema regulatorio por una estructura ética.
“Yo estoy siempre a favor de la autorregulación ética, en vez de la regulación externa. Pero estoy consciente del hecho que las dos están muy entrelazadas, en una especie de equilibrio. Si el periodismo no le muestra al público su voluntad de autorregularse, y de ser ético, les puedo asegurar que el público va a pedir regulación externa.
“Creo que en este, la responsabilidad reposa, en muchos sentidos, en los propios periodistas. Si el público ve que el periodismo habla con seriedad acerca de problemas éticos; que se capacita a los periodistas en ética, o existe, por ejemplo, un ombudsman, un defensor del público, o algo parecido, ante quien el público pueda acudir cuando tiene un problema o está molesto, y logra una buen discusión sobre el tema y ello aparece en el diario al día siguiente, en la medida en que eso se haga más y más común, va a hacer que la gente diga: ‘Si, en realidad, se preocupan. Están tomando medidas ellos mismos’.
“El clima va a cambiar. Y la percepción acerca de la necesidad de regulación impuesta, va a disminuir”.
Nada más que agregar.
Abraham Santibáñez
Octubre de 2022