El jueves 26 de agosto, cuando anochecía en Kabul, el general Kenneth F. McKenzie hizo un balance sombrío de la jornada: “Ha sido un día duro”, reconoció.
El alto oficial norteamericano encabeza el Comando Central de Estados Unidos en Afganistán. Como tal, debió hacer frente al peor atentado terrorista en 20 años de ocupación de topas de EE.UU. y Europa.
El Presidente Joe Biden fue más explícito: Estamos indignados y desconsolados… Para quienes llevaron a cabo este ataque, así como para cualquiera que desee causar daño a Estados Unidos, que sepan esto: No perdonaremos. No olvidaremos. Los perseguiremos y les haremos pagar. Defenderé nuestros intereses y nuestro pueblo con todas las medidas a mi alcance”.
Pese al tono enérgico, nadie cree que no habrá más atentados.
Por el momento, la retirada negociada por el gobierno de Donald Trump no se interrumpió. Debía ser el final de una aventura negativa, pero fue peor.
El acuerdo con los talibanes se frustró con rapidez. Al acercarse el 31 de agosto, fecha límite para el retiro de las fuerzas de ocupación, el ejército de Afganistán cedió terreno sin lucha. Los talibanes recuperaron el poder de manera fulminante. Como en todas las retiradas a lo largo de la historia de la humanidad –y han sido muchas- se desató la desesperación entre los civiles. El recuerdo de los sufrimientos padecidos bajo el régimen islámicos fue el detonante. Tras la fuga del presidente Ashraf Ghani Ahmadzai el país se hundió en el caos.
La tensión se concentró en torno al aeropuerto de Kabul. Quienes querían salir del país por esa única puerta generaron una congestión indescriptible. Hubo estallidos de violencia con víctimas fatales. Nada, sin embargo, se compara con los atentados del jueves pasado.
Murieron por lo menos trece soldados de EE.UU. y decenas de afganos. No se entregaron inicialmente cifras de heridos.
El general McKenzie responsabilizó por el ataque a los terroristas suicidas del Estado Islámico. Dio que hombres armados habían abierto fuego contra civiles y fuerzas militares después de las explosiones. Poco después el Estado Islámico emitió un comunicado en el que se atribuyó la responsabilidad de los atentados.
La historia, según recordó el diario Le Monde, se remonta a la proclamación en 2014 del Estado Islámico (ISIS), un “califato” cuya base estaba en Siria e Irak. Aunque ese territorio se perdió más tarde, los talibanes pakistaníes adhirieron a Abou Bakr Al-Baghdadi, su jefe. Al año siguiente, talibanes de Afganistán que encontraban excesivamente moderad a sus dirigentes, proclamaron “la provincia de Jorasan”. Es una referencia a una antigua región que englobaba sectores de Afganistán, Pakistán, Irán y el Asia central.
Aunque el grupo aún no ha llevado a cabo ataques contra el territorio norteamericano, el gobierno de Estados Unidos cree que representa una amenaza para sus intereses y los d sus aliados en el sur y centro de Asia.