El ambiente es de fiesta. La pertenencia a la patria hunde sus raíces en las zonas más profunda de nuestro ser.
Es difícil decir a qué obedece el sentimiento que produce el arraigo al terruño y a su caprichosa geografía: del mar interminable; de las altas y soberbias montañas; de los áridos desiertos y los valles fecundos; de los lagos sorprendentes y los bosques milenarios; de los fiordos y miles de islas; de ventisqueros, ríos, fauna y flora variada; de los australes hielos vetustos.
Desde el abrir de ojos, el paisaje se adentra en el fondo del alma. Crecemos, así, con las imágenes presentes, configuradoras, en las que habitamos y somos. ¿Qué tiene más impacto? A penas lo sabemos. Las menudas o grandes tareas y oficios, están encadenadas por generaciones precedentes que ignoramos. El hoy tiene en el ayer su origen, que proyecta las actividades y creaciones nuevas para el mañana en común andadura.
Los rostros de aquellos con los que compartimos un destino, poseen expresiones genuinas y muestran la riqueza de estilos, temperamentos, formas de vida, costumbres: todos revelan la patria. Está allí el minero nortino, acá al centro, el campesino, o al sur, el chilote pescador desafiando tormentas.
En ellos descubrimos el temple nativo, como en cada uno de los estratos sociales con los que convivimos. No sólo la lengua, sino la memoria colectiva, que por momentos sublimes, se hace consciente en el poeta, el escritor, el dirigente vecinal y político; o en la multitud que peregrina y celebra en torno a los cientos de santuarios enclavados en el territorio nuestro.
Entre las ilustraciones que la patria reconoce como suyas, están los hombres y mujeres que masivamente, y en “vidas mínimas”, según acertada observación de González Vera, hacen del día y la noche el afán. No aparecen en los medios de comunicación sociales y están lejos del conocimiento público. Pero llevan la carga de la faena cotidiana en desempeños que exigen ardua disciplina, para el sustento de sus hogares y el bien del país.
Los hitos de la historia heredados, que forjaron nuestros antecesores, esperan germinar en tiernas promesas heroicas. A veces, la confusión y la discordia, parecen imperar. Como también, los intereses mezquinos, la indolencia y la injusticia de poderosos producen espanto. Puede, incluso, que los liderazgos políticos, sociales y económicos, no posean visión ni estatura. Que, para colmo, la inteligencia se encuentre perpleja y sólo esté reducida al cálculo roñoso, a la estrategia oportunista y la ganancia fácil… Con todo, la patria permanece viva. Siempre tiene latente el vigor de alma colectiva.
Cuando la patria está de fiesta, despierta el espíritu noble que anida en el pueblo, que se expresa en la danza, el canto y tantas otras manifestaciones de alegría compartida. Cada detalle de nuestra celebración, nos vuelve hacia lo que hay que agradecer y también, de lo corresponde entregar a la patria nuestra. Por todo, ¡feliz dieciocho!
Horacio Hernández Anguita