Sobre el “arte” de la guerra, como lo bautizó el filósofo y militar chino Sun tsu, se ha dicho y escrito mucho. La descripción clásica la hizo otro militar, también filósofo, el alemán Carl von Clausewitz quien opinaba que la guerra es “la continuación de la política por otros medios”.
Los periodistas aprendimos que la verdad es la primera víctima en una guerra. Y también estamos de acuerdo en que sabemos cuándo comienza un conflicto bélico, pero no podemos anticipar cuándo terminará.
Es lo que pasa en Siria. Una guerra de más de una década contra el régimen de Bashar Al-Assad (cuya familia estaba en el poder desde hace más de medio siglo), terminó de manera fulminante. Pero nadie se atreve a pronosticar el futuro.
Es la región con más historia en el mundo.
Fue el centro de una civilización semita de gran importancia en torno a las ciudades de Ebla y Ugarit. Allí tuvo lugar el descubrimiento del bronce. Ha sido ocupado y gobernado por numerosos imperios desde los sumerios a los persas, griegos y romanos. Surgió como país independiente solamente después de la Segunda Guerra Mundial en 1945, tras el fin del mandato de Francia.
Pero, como todo en Medio Oriente, nunca ha tenido tranquilidad desde entonces.
Las potencias de nuestro tiempo, de manera parecida a los imperios del pasado, saben que aquí está el verdadero centro del mundo. El petróleo es, por supuesto, el ingrediente básico, inflamado por el islamismo renovado.
Y, como es evidente, el empantanamiento de la guerra de Rusia contra ucrania, está agotando los recursos de Vladimir Putin.
El derribamiento de las estatuas del padre y el hermano del presidente al Assad marcó el avance definitivo de los rebeldes al grito de “¡Dios es grande!”. La meta había sido anunciada por el comandante rebelde, Abu Mohammed al Golani, en una entrevista con The New York Times en vísperas de la toma del control de Damasco, la capital: “Nuestro objetivo es liberar a Siria de este régimen opresor”.
Como en ese momento ello no parecía inminente, nadie le preguntó lo obvio: ¿Y? ¿Qué ocurrirá más adelante?
La incertidumbre preocupa a nivel planetario en tiempo de interconexiones permanentes y cuando el fantasma del holocausto nuclear sigue vigente.
También en Chile. Cuando todavía no se conocía la fuga a Rusia de Al-Assad, la cancillería emitió un escueto comunicado en que manifestó “su extrema preocupación por los graves hechos de violencia a causa de enfrentamientos armados entre el ejército sirio y grupos no estatales”.
También expresó su deseo de que se logre “una salida pacífica a este conflicto, que desestabiliza aún más a la región del Medio Oriente”.
La comunidad siria en Chile es relativamente pequeña (eran 879 personas hace un año), pero desde fines del siglo XIX los precedió una gran cantidad de imigrantes sirios, para cuyos descendientes “como colectividad, es un dolor grande al ver que Siria está en conflicto desde el 2011… hemos estado con esa sensación de tristeza, de desesperanza, de no saber cómo ayudar”, declaró Eduardo Lahsen, presidente de la Sociedad de Beneficencia Siria.
Tienen razón para estar preocupados. Pero no son los únicos. Ni Sun tsu ni Klausewitz podrían dar una buena respuesta a las dudas sobre el futuro de Siria.
Abraham Santibáñez
Premio Nacional de Periodismo