“Por el pueblo y los pueblos de Chile, prometo”. Dos siglos tuvieron que esperar los pueblos originarios para que un presidente de Chile, en su primer acto republicano, los reconociera como parte de un mismo país. Cuánta sangre, humillación y olvido fue necesario para sentirse integrante de un Chile que los acogiera en un plano de igualdad y respeto a su cultura y nación. No se trata de dividir Chile, sino precisamente lo contrario, unirlo en la tolerancia enriquecedora de ser parte de una patria orgullosa de su diversidad.
Es esta diversidad la que queremos ver plasmada en nuestra futura Constitución, no el país unido a la fuerza bajo una mirada histórica excluyente. Es lo que algunos mal entienden como un Chile “unitario”, uno que solo admite la visión con la que nos educaron durante generaciones, una que despreciaba a las minorías sexuales, a los pueblos originarios, a las mujeres en igualdad de derechos, en fin, a todo aquel que simplemente pensara distinto a lo política y socialmente aceptado.
Hemos escuchado hasta la saciedad que la futura constitución deberá ser “la casa de todos” asumiendo un resultado ideal por “arte de magia”, pero olvidando que para que sea así debemos dar espacio, sin caricaturas, a todas las propuestas, especialmente la de quienes se han sentido excluidos del “Chile unitario”, vale decir, debemos construir desde los cimientos esta “casa de todos”. Es precisamente esto último lo que nuestra derecha política no ha logrado comprender prefiriendo asumir un papel de víctima minoritaria y apática a los cambios. Más que mal si estamos en este proceso constitucional es para cambiar lo que históricamente no se estaba haciendo bien. La historia nos da pertenencia, pero también nos puede cegar en la nostalgia conservadora si no aprendamos de los errores que la misma coyuntura histórica nos evidencia.
Expresiones como “el circo de la convención”, “constitución indigenista”, “constitución maximalista”, “constitución refundacional y extremista”, se han repetido como mantra por quienes desde el inicio han querido boicotear este proceso histórico. Sin embargo, tales epítetos se cuelgan de las propuestas que han realizado algunos convencionales o las aprobaciones por mayoría simple de las comisiones, omitiendo lo más relevante: que buena parte de ellas no han llegado al pleno de la Convención o no fueron aprobadas por esta instancia. Es decir, se descalifica y caricaturiza solo por pensar o promover algo distinto a su “Chile unitario” reemplazando la contraargumentación por la grandilocuencia de la frase fácil.
La derecha no ha comprendido que más que un proceso ideologizado como falsamente han querido hacer creer, lo ocurrido en Chile es un fenómeno sociológico y generacional, en que las minorías postergadas y las mayorías excluidas quieren tener injerencia tanto en el Chile donde viven como en el que seguirán viviendo. Que políticamente se les llame de izquierda, es casi una obviedad si la derecha representa lo que no se quiere cambiar, pero no altera el carácter sociológico y generacional de lo que estamos viviendo nacido a partir de un estallido social, no desde un ideario político.
Esto hace que la estrategia conservadora sea errada porque se sostiene en un atrincheramiento negacionista, no constructivo y sin más proyecto que aferrarse a lo que la mayoría quiere cambiar, dejando transcurrir una oportunidad única para incluir su mirada en los grandes cambios. ¿Es posible en los tiempos de hoy votar en contra de la imprescriptibilidad y prohibición de amnistía de delitos de lesa humanidad? Esta semana 19 convencionales de derecha estimaron que sí; o ¿es entendible que convencionales de Evópoli, que supuestamente son los panaceas del liberalismo, hayan votado en contra del “derecho a decidir de forma libre, autónoma e informada sobre el propio cuerpo, sobre el ejercicio de la sexualidad, la reproducción, el placer y la anticoncepción”? Como dijo Andrés Velasco hace algunos años “Esa derecha liberal es como Pedrito y El Lobo, se le anuncia, pero no llega”.
Lamentablemente ha faltado mejor comunicación desde la Convención para explicar que las posturas que tanto asustan a la derecha, tienden a morigerarse en el cedazo de los dos tercios con que aprueba el pleno de la Convención. Sin embargo, es necesario comprender también que, si llegamos a una crisis social, la respuesta no será el engaño cosmético sino cambios reales para solucionar problemas reales.
Para cambiar es necesario querer hacer cambios y temo que la derecha, anclada en su inmovilismo, será irrelevante en esta “casa de todos”. Pero el problema mayor es que esta postura inflexible quedará solo en el anecdotario histórico, porque muy a su pesar, por la simple evolución humana de las generaciones venideras, incluidas las de derecha, los jóvenes conservadores de hoy y adultos de mañana se sentirán más cómodos en la futura constitución que la vieja derecha actual insiste en rechazar.
Bienvenido a los cambios porque se fundan en una causa crítica y en un propósito por un Chile más humano, solidario e inclusivo.
José Ignacio Cárdenas Gebauer
Abogado autor del libro “El Jaguar Ahogándose en el Oasis”
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