A nivel mundial, y dado el inminente contexto sanitario en el que nos vemos inmersos, la sociedad ha mostrado, globalmente, cambios educativos y pedagógicos, exigiendo al mundo de hoy la apropiación expedita de nuevos avances tecnológicos, además de nuevas formas de enseñar, aprender y demostrar lo aprendido, en donde las consecuencias medioambientales o epidemiológicas han vuelto complejas las posibilidades a corto plazo de los encuentros multitudinarios tradicionales a los cuales la comunidad educativa estaba usualmente acostumbrada.
Según Everhart (2014), los modelos educativos centrados en el desarrollo de competencias han tomado relevancia a lo largo del tiempo por su gran potencial para transformar y hacer más eficiente el Proceso de Enseñanza Aprendizaje, entendiendo que el éxito de un modelo depende de la demostración de aprendizajes por parte de los estudiantes y, a su vez, que estos puedan conseguir el nivel definido de competencia. Para esto, los estudiantes deben proporcionar suficiente evidencia que valide el desarrollo de las mismas.
Con lo anterior, estas demostraciones demandan de un diseño pedagógico meticuloso para que efectivamente se alcance la creación de oportunidades que un estudiante requiere para demostrar lo que es capaz de hacer.
Por otro lado, conocemos que la evaluación como parte integral del proceso enseñanza-aprendizaje de cualquier nivel educativo e institución. Ello es determinante en el qué va a desempeñar el estudiante, basándose en comprobar que efectivamente sea capaz de hacerlo, centrándose en el proceso y los resultados y no en el almacenamiento de información, como característicamente se podía observar en modelos tradicionales.
Sobre este último punto, Sturgis (2012) establecía que es importante contar con buenos dispositivos de evaluación, en donde estos instrumentos formativos se transformen en información clave para asegurar que los estudiantes alcancen su objetivo a un ritmo adecuado.
Así las cosas, las evaluaciones de desempeño resultan ser tan adecuadas como necesarias para exponer maestría o dominio, mientras que las sumativas, son transcendentales para el monitoreo de calidad.
A los contextos que hoy se ve enfrentada la educación, según Argudín, la evaluación es primordial frente a la demostración de competencias a través de evidencias de aprendizaje, traducidas finalmente en dispositivos de valoración que pueden ser desde exámenes formativos o sumativos, ensayos, portafolios o proyectos, hasta todas aquellas actividades que permitan al estudiante exponer su nivel de desempeño y obtener una retroalimentación pertinente y significativa para mejorar sus desempeños (2006).
Estas nuevas consideraciones ponen de relevancia el rol del estudiante y docente, como colaboradores frente a las diversas implicancias didácticas, en donde ambos trabajan juntos para evaluar y lograr un aprendizaje significativo, es aquí donde la evaluación comienza a tener un rol fundamental frente a este nuevo escenario educativo global.
Finalmente, en los actuales tiempos de alta incertidumbre vividos por una sociedad en pandemia, ello puede resultar ser positivo para la educación, pues debe llevar (y sin dudas, ha llevado) al profesorado a la reflexión sobre el rol de los mediadores del aprendizaje en el aula, a la necesidad de formación en competencias pedagógicas, secuenciación didáctica, además del importante dominio del conocimiento pedagógico y tecnológico del contenido, no solo en formatos Sincrónicos, sino también frente a formatos Asincrónicos o híbridos, dado que el peso que tiene la evaluación sobre la formación, requiere que este nuevo contexto permita seguir priorizando la planeación, ejecución y el análisis, dependiendo de la modalidad en el cual se establezca el proceso de enseñanza aprendizaje, lo cual hoy resulta primordial ante las conocidas Teorías de Eventos Extremos y su componente educacional.