Me impresiona cuán olvidada está la cortesía entre nosotros…
El saludo cordial, la preocupación por agradar al otro si me toca recibir, tanto en casa como para una reunión. El trato amable y respetuoso en la oficina, pública o privada.
La gentileza en el decir y en la conducta, que manifiesta delicadeza por el prójimo. Porque es justa y honorable la reverencia no sólo ante la autoridad y el poderoso, sino, y precisamente allí, ante la persona más humilde, el pobre o el desvalido.
En efecto, la cortesía brota del corazón noble que reconoce el valor y dignidad del interlocutor, cualquiera sea su condición. Por eso es amable. Ya que el cuidado y finura en las formas de la convivencia, manifiestan el afecto que alguien tiene hacia una persona o comunidad. Desde luego, aquí no hay falsedad, ni cálculo. Es un comportamiento maduro, auténtico y propio del respeto por la honra de los demás.
En la cortesía, por consiguiente, se expresa la distinción del alma y el espíritu elevado. No se trata, aquí, de estereotipos empalagosos. Menos aún, de temerosos servilismos. Ni obsecuencias aduladoras movidas por intereses egoístas. Porque quien es cortés de verdad, vive libre y con franqueza. ¡Lo cortés no quita lo valiente! Es que el hábito del bien logra temple y aplomo, firmeza y ternura en el carácter.
Las costumbres de hoy, sin embargo, por la masificación, la mecanización tecnológica y la brutal competitividad, favorecen el arribismo y la petulancia. Así, caemos en la descortesía, la acritud, que mira en menos, prescinde del otro, pasa a llevar con facilidad. Ofende. Un ejemplo es cuánta falta de cortesía hay en la conducta del manejo e los automóviles. Vamos, de pronto, a pura lucha e insultos por las vías, según el porte o modelo del vehículo… ¿La ley del más fuerte?
En la política, qué decir, también andan carentes de cortesía los honorables…
¡Cuántos bochornos y desvergüenzas están a la vista! Es que la descortesía campea en los espacios comunes, colegios y universidades, las juntas vecinas y las empresas, públicas o privadas.
Pero la grandeza de un pueblo y de un país se manifiesta en las virtudes cívicas. La urbanidad, -que viene de urbe, ciudad, ciudadano-, es la atención y el buen modo justo entre los que comparten un común destino. Por ello, habrá que ver cómo rescatamos en la educación familiar, la escuela, la ciudad y el país, la cortesía olvidada. Dado que la cortesía es fundamental para una honrosa y decente vida social.