Aylan Kurdi y Ricardo Meléndez nunca se conocieron, pero fueron víctimas del calvario del siglo XXI: el de los migrantes. Aylan, un sirio, tenía tres años cuando murió. Ricardo, un venezolano de 19 años, tras cruzar la frontera de Chile fue devuelto a su país sin más trámite.
El caso de Aylan Kurdi conmovió al mundo en 2015. La sobrecargada embarcación en que iba a Grecia con su familia naufragó cerca de Turquía. Su cuerpo fue hallado boca abajo en una playa. La patética imagen fue captada por la fotógrafa turca Nilufer Demi. “Lo único que podía hacer era que el mundo escuchara su grito”, explicó. La foto apareció en los principales medios de comunicación en un verdadero aluvión de portadas y noticias.
Tuvo resultados inmediatos. Según un análisis de la revista científica Comunicar, “ese mismo día nació en Facebook España “Refugiados Bienvenidos” para promover políticas de acogida. Fue una de muchas iniciativas para organizar la ayuda humanitaria a refugiados”.
Eran años difíciles para los migrantes. En 2015 más de un millón de personas entraron en Europa; más de 900 mil solicitaron asilo político.
La crisis en el Viejo Continente no se ha superado del todo. Pero hoy la preocupación por los inmigrantes se ha centrado en nuestro continente. Durante el gobierno de Trump, la crisis se situó en la frontera entre México y Estados Unidos. El presidente Biden está empeñado en remediar el problema humanitario. El tema, actualmente, se localiza mucho más cerca de nosotros, como ocurrió últimamente en Colchane.
Ha habido víctimas fatales entre quienes pretenden entrar a Chile por pasos no habilitados, a gran altura y con bajísimas temperaturas. Pero no se ha repetido el impacto comunicacional que produjo la foto de Aylan. Tampoco se conocen despliegues informativos que vayan más allá de las declaraciones oficiales. Las autoridades optaran por la mano dura, expulsando masivamente a los inmigrantes ilegales. Brevemente se desató una polémica acerca de si tenían derecho a vacunarse.
Después, como señaló el poeta, “nadie dijo nada”.
Historias no faltan. La BBC narró la odisea de Meléndez. Venía a reunirse con un hermano. “Caminé por el desierto, sin agua, sin comida, sin nada. Encontré un racimo de uvas y eso es lo que tenía para comer. Estaba cansado, no había dormido nada y durante el día el sol era insoportable”.
Al llegar a Colchane se autodenunció, Pero no logró asilo. Según su relato, en Iquique, tras firmar una serie de papeles, “uno de los agentes de la PDI nos dijo con sarcasmo: Felicidades, ya pueden regresar a su país. Y empezaron a aplaudir”.
“Me sentí como un delincuente, agregó, como si hubiera hecho algo malo. La verdad es que yo intenté hacer las cosas bien. Me autodenuncié que era la forma legal para regularizar el ingreso al país. Pero nos subieron a todos en el avión. Los sueños se habían acabado”.
El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), Filippo Grandi, es algo menos pesimista. Estuvo con el presidente colombiano Iván Duque cuando anunció un estatuto de protección a un millón de venezolanos indocumentados. Poco antes, había advertido que “en 2021 América Latina y el Caribe se enfrentarán a un reto inmenso. Más que nunca debemos extender una mano solidaria y apoyar a los estados y a las comunidades de acogida en los desafíos que se multiplican…”.